Mes: abril 2013
Giorgio Agamben: «En Europa asistimos a un vaciamiento de la democracia» (La Nación 22/03/13)
El encuentro tuvo lugar una tarde de invierno soleado, en Roma. Dos días antes, Giorgio Agamben había dejado Venecia, donde vive habitualmente, para ir a Nápoles, donde sería homenajeado con un prestigioso premio a su carrera. Al regresar del sur, recibió a adncultura en su casa romana, situada en el antiguo Trastévere, frente al Jardín Botánico, uno de los lugares más sugestivos y exclusivos de la ciudad. Sorprende, al entrar, el contraste entre la magnificencia aristocrática del barrio, lejos del tumulto turístico, y la sobriedad de la decoración. Unos austeros sillones cubiertos por telas coloreadas y una mesa de madera, signada por el tiempo y por el uso cotidiano, se rinden frente al indiscutible triunfo de las bibliotecas que cubren todas las paredes. Apoyadas sobre los volúmenes, se alternan fotografías de filósofos y poetas. Mientras conversábamos, penetraban por las ventanas los últimos rayos del sol de Roma. En ningún momento Agamben encendió las luces, concentrado como estaba en sus palabras. Hacia el final, el ocaso ocre de la ciudad invadía la casa. En esa íntima penumbra, en que los lomos de los libros iban perdiendo toda reverberación, destellaban la inteligencia penetrante de su mirada y la armoniosa melodía de su voz. El coloquio se desarrolló en un clima de cortesía precisa, una suerte de gentileza antigua realmente inolvidable.
En los últimos años, Agamben ha elaborado una vasta obra, Homo sacer, que comprende cuatro partes, divididas a su vez en diversos volúmenes, en los que el filósofo italiano analiza la relación entre el hombre y el derecho en la modernidad (ver recuadro). En la Argentina, Adriana Hidalgo publicó recientemente un nuevo volumen de esa obra (Opus Dei) y durante este año saldrán Altísima pobreza (en julio) y Categorías italianas (en diciembre).
-En las primeras páginas de Altísima pobreza, usted anuncia la próxima conclusión de esa gran estructura que es Homo sacer.
La basílica San Francesco, en Asís. El pensador italiano sostiene que la orden franciscana propone un modelo de pobreza que implica un regreso a la naturaleza previa a la caída. Foto: Jean Daniel Hemis / Corbis
-En realidad, me gustaría anunciar a los lectores argentinos algo que saben muy pocos: en estos días estoy terminando la última parte de Homo sacer. Es una cuestión de semanas. El volumen se llamará El uso de los cuerpos. Acabo de decir que estoy «terminando». Naturalmente es impreciso decir que uno pueda «terminar» un libro o una obra de estas proporciones. Ninguna obra poética o de pensamiento se termina. En un cierto sentido se diría que uno la abandona. Alberto Giacometti afirmaba: «Yo nunca termino mis obras, las abandono». También Cézanne lo decía. Encuentro que esta afirmación es muy justa, porque no sabría muy bien qué significa sostener que un libro de esta entidad está terminado.
-¿Y en qué sentido Homo sacer llega a su fin?
-En general muchos esperan una parte construens, porque afirman que todo lo que he escrito hasta ahora sería una parte destruens, es decir, una arqueología crítica del pasado. Yo, por mi parte, creo que no es posible distinguir una parte destructiva de una parte constructiva, porque ambas coinciden perfectamente. Por otro lado, la parte construens consiste en el hecho de que aparecen cada vez menos las cosas criticadas, que se transforman en cosas naturalizadas, absorbidas por el conjunto. En estos días pensaba acerca de qué significa el fin de una obra. Tengo la impresión de que incluso en la literatura existe una escasa reflexión sobre el final. Habría que preguntarse por qué, en cierto momento, un autor decide poner fin a una obra. Muchas veces intervienen factores puramente contingentes. De cualquier manera, es un momento curioso de la creación. En el derecho romano, el auctor -de donde proviene la palabra actual autor- era el tutor que convalidaba un acto de una persona inválida o menor de edad. Como si el autor fuera quien convalida una obra inacabada y que, en el momento en que ese autor le pone fin, se vuelve autónoma. Es decir, mientras no está terminada una obra, es menor de edad. Terminada, ya es mayor y es abandonada.
-¿La última parte, entonces, ya no se apoya en la investigación arqueológica?
-Exactamente. Es una reflexión final acerca de una serie de conceptos con los que se cierra Homo sacer: uso, forma de vida, «inoperosidad», exigencia, moda, conceptos que ya estaban presentes en el conjunto, pero que aparecen analizados en este volumen final.
-Justamente «uso» es uno de los conceptos en los que más se detiene Altísima pobreza, libro en el que usted analiza la curiosa relación entre derecho y creatura que se crea en el ámbito de los monasterios franciscanos [ver recuadro]. Es más, hacia el final del volumen hay una frase contundente: «La altísima pobreza, con su uso de las cosas, es la forma de vida que comienza cuando todas las formas de Occidente llegan a su consumación histórica». ¿Puede explicar esta conclusión?
-Por empezar, la última frase del libro se centra en el concepto de uso. Como se sabe, los franciscanos emprendieron su lucha contra el derecho de propiedad, haciendo uso de las cosas, no sólo sin ser propietarios, sino incluso sin ningún derecho de uso. Se trataba de reivindicar la posibilidad de una vida fuera del derecho. La modernidad ya no tiene siquiera una huella de este tipo de experiencias históricas. Estamos a tal punto condicionados por el derecho que nos hemos acostumbrado a formular nuestras reivindicaciones como reivindicaciones de derecho. Para entender esa frase, hay que tener en cuenta otra de Olivi, uno de los más grandes líderes del movimiento franciscano, que dijo que la última edad del mundo es aquélla en que la vida de Cristo cumple y resume en sí misma todas las formas de vida posibles. Se trata de una frase enigmática. Lo que a mí me fascina es que nosotros deberíamos pensar un concepto de forma de vida distinto de todos los conceptos de forma de vida que hemos pensado hasta ahora.
-Ése es casi el principio que da lugar a toda su obra, ¿no es cierto?
-Sí, desde ya, ahí está el sentido de toda mi obra: no se olvide de que Homo sacer parte de la idea de poner en discusión el concepto de vida y su relación con el derecho.
-De alguna manera, el «edificio» Homo sacer es deudor de la fuerza propulsora de las ideas de Foucault, que usted mismo complementa, continúa o modifica, creando un sistema conceptual propio. Dado que Homo sacer es ampliamente discutido en todo debate actual acerca de la biopolítica o de la filosofía política, ¿cómo imagina el futuro de su obra, su integración o continuación? ¿Qué conceptos necesitan de un debate ulterior?
-Como principio metodológico que ha signado mi modo de trabajar, siempre he pensado en una cosa que dice Feuerbach. Para él, el elemento genuinamente filosófico de cualquier obra -ya sea literaria, económica o religiosa- es su capacidad de ser continuada, su capacidad de desarrollo ulterior. Siempre trabajé así, buscando en los autores amados el punto que me parecía no dicho, no desarrollado y que, por lo tanto, contenía el germen de una continuación. A mí me gustaría que alguien continuara mi obra siguiendo mi mismo criterio, pero no soy yo el que puede señalar dónde.
Pier Paolo Pasolini, director de El evangelio según San Mateo (1964).
-En su libro acerca de las violencias del siglo XX, Enzo Traverso dedica un capítulo entero a la biopolítica, analiza los conceptos que van de los libros fundacionales de Foucault a Homo sacer. Traverso reconoce la originalidad de sus reflexiones en Lo que queda de Auschwitz, pero se lamenta de que la interpretación historiográfica no dialoga con la interpretación filosófica, a tal punto que la filosofía corre el riesgo de utilizar los conceptos de la biopolítica sin un verdadero anclaje histórico. ¿Qué piensa de esta objeción?
-Desde un punto de vista general, es justa la objeción de Traverso, pero en realidad, más que una escisión entre filosofía e historia, yo pensaría en cómo Foucault concibió sus investigaciones. Si bien se presentan como históricas, no son propiamente tales. Las concibió como arqueológicas. Lo mismo sucede con mi libro sobre Auschwitz. En la introducción he aclarado este punto y muchas veces no he sido comprendido. No tengo la intención de continuar o completar las investigaciones históricas, yo hago otra cosa. En Lo que queda de Auschwitz emprendí una investigación arqueológica, por la cual Auschwitz se transforma en un paradigma para comprender la modernidad. No pretendo haber enunciado verdades históricas sobre Auschwitz, sino haber analizado el campo de concentración como paradigma de la modernidad.
-A estas alturas, pensando en lo que usted escribió en Signatura rerum, se trata de comprender la relación entre la arqueología del saber, como la concibió Foucault, y la historia…
-Sí, creo que esta relación necesita de un debate, en el que participen los historiadores. Pero tengo la impresión de que son los historiadores quienes se sustraen al debate. Lo que distingue a ambas disciplinas es el método. La arqueología del saber consiste en la búsqueda de un arjé (un origen, un principio) y es una investigación histórica, porque la arqueología del saber, si es seria, se debe valer de los criterios de la filología histórica, del análisis de los documentos. Ahora bien, la diferencia estriba en que la arjé que se busca no es un origen metahistórico, es un hecho histórico. Pero no un evento histórico, sino lo que Foucault llama un «a priori histórico», es decir, aquel hecho histórico que posee la capacidad de condicionar y determinar el desarrollo y la inteligibilidad de una serie más vasta de fenómenos. Ahí está la diferencia. En el fondo, pienso que también los historiadores trabajan sobre esta idea, sólo que en la arqueología aparece explicitada. Un determinado hecho permite la inteligibilidad de una amplia red de hechos históricos. Los historiadores también lo hacen, sólo que ellos temen que ese elemento arqueológico sea un elemento extrahistórico. Para Foucault, en cambio, ese elemento es estrictamente histórico. Por ejemplo, el panóptico de Foucault es un hecho histórico que sirve para comprender una larga serie de hechos derivados o conexos.
-En todos sus trabajos es llamativo el hecho de que su propia investigación arqueológica sobre la contemporaneidad busque las raíces no tanto en el mundo antiguo, como hizo Foucault con la historia de la locura, o en los albores del pensamiento moderno, como en el pensamiento de la Antigüedad tardía o, a lo sumo, altomedieval, como en el caso de Opus Dei y Altísima pobreza. ¿No es éste un elemento original de su modo de proceder?
El escritor argentino Juan Rodolfo Wilcock, al que Agamben frecuentó.
-Yo siempre cito una imagen de Foucault: «Mis investigaciones del pasado son la sombra de mis interrogaciones sobre el presente». En mi caso, la sombra retrocede. Por ejemplo, en los últimos años trabajé mucho sobre la teología, acerca de la cual Foucault trabajó menos. Estoy convencido de que la modernidad no se puede comprender sin los conceptos teológicos. La secularización moderna del pensamiento ha removido la teología. Pero para mí la modernidad se inicia con el pensamiento de la Antigüedad tardía. Lo mismo vale para el Renacimiento: la cuna no está en la Antigüedad clásica sino en la Antigüedad tardía. Basta pensar en el neoplatonismo. No podemos entender nada acerca de la modernidad si no indagamos en los presupuestos teológicos que se hallan escondidos en ella. En El reino y la Gloria, la parte de Homo sacer que yo dediqué al estudio de la economía, este principio es clarísimo.
-En el prólogo a la primera edición de Categorías italianas, usted recuerda cómo de algunas conversaciones con Claudio Rugafiori e Italo Calvino nació la idea de crear una nueva revista, que en cada número analizase, entre otras cosas, una categoría fundacional de la cultura italiana. Estas categorías debían enunciarse a través de binomios: comedia/tragedia, derecho/creatura, biografía/fábula, a las que usted agrega, en última instancia, lengua viva/lengua muerta. ¿Puede decirnos algo más de cómo nació ese proyecto?
-Si no recuerdo mal, fue Italo el que por primera vez habló de «categorías». Las llamamos «italianas» porque nos proponíamos hacer una nueva lectura, análisis e interpretación de la cultura italiana. Hoy no usaría más la idea de «categoría», sino que, como le decía antes, usaría el término foucaultiano de a priori histórico. No lo quise corregir en las nuevas ediciones porque el término original refleja claramente la discusión con Italo y Claudio. Estas categorías serían los conceptos que están presentes en la historia de la cultura italiana, condicionándola y determinándola, y haciéndola a la vez inteligible. El primero que pensó en ejes binómicos fue Italo. Rugafiori, en cambio, propuso el binomio arquitectura/vaguedad. La cultura italiana ha tenido, efectivamente, una fuerte vocación por los elementos arquitectónicos, matemáticos, prospectivos, y a la vez, como usted sabe, en italiano clásico para decir bello se decía vago, que conserva la acepción de indeterminado, incierto, informe. Lamentablemente esta categoría no la desarrollé, porque debía ser la contribución de Claudio. El proyecto, de alguna manera, quedó incompleto. Por lo tanto, mi libro no es más que un itinerario por aquellos conceptos, que revelan una visión absolutamente personal de la cultura italiana.
-Categorías italianas se ocupa, en primer lugar, del sentido que a partir de Dante adquiere en Italia la palabra «comedia». Ahora bien, mientras la mayor parte de la crítica entendió la palabra «comedia» como una elección de género (en palabras pobres, una historia que empieza mal y termina bien) o como una marca estilística (la mezcla de lo alto, lo medio y lo bajo), usted propone una tercera interpretación y sostiene que la comedia es un recorrido que va de la culpa a la inocencia. En su libro, inocencia, sería la «justificación del culpable», como si en Dante existiera la voluntad de imponer hacia el final «la inocencia natural de la criatura». Eso, nada menos, sería lo primero que los italianos han dejado a la cultura occidental…
-Mire, tragedia y comedia no se refieren a los géneros literarios. Dante lee estas categorías, no sólo en sentido estilístico, sino también en sentido teológico. En la epístola a Cangrande della Scala, Dante dice «inicio triste, final feliz», pero sus palabras tienen un claro sentido teológico, porque se refieren a la caída y a la redención. Este hecho condiciona toda la cultura italiana, que tiene una inmensa vocación antitrágica. Toda la cultura italiana es antitrágica si se la compara con la cultura alemana o francesa. No sólo desde el punto de vista literario, sino incluso como modo de ver la historia. Los alemanes siempre miraron trágicamente su propia historia. Los italianos no.
-¿Pero no le parece que el famoso prólogo de Guicciardini a su Historia de Italia, escrita en pleno Renacimiento, contiene fuertes elementos trágicos?
Comedia y tragedia, extremos opuestos de la identidad italiana.
-Sí, claro, existen excepciones. No es una vocación monolítica. Pero mire que yo he analizado sobre todo la literatura, que permanece fiel a Dante. Hay que pensar en esa imagen bellísima de Dante en el Convivio, donde escribe «es mejor volar bajo como la golondrina, que como el azor dar altísimas vueltas sobre las cosas vilísimas». Esta vocación «cómica» de los italianos ha determinado, entre otras cosas, nuestra poesía del siglo XX. Para mí, ésta es una clave de lectura también en sentido negativo. ¿Cuál ha sido la mayor contribución de los italianos al teatro? La comedia del arte. Pero tampoco pierdo de vista el aspecto positivo. Yo pienso que lo cómico es más profundo que lo trágico. Cuando al final de El banquete, Platón hace salir a Sócrates rodeado por Agatón, poeta trágico, y por Aristófanes, poeta cómico, nos quiere decir que la filosofía está entre lo trágico y lo cómico. Sabemos, igualmente, que Platón nutría una cierta preferencia por lo cómico y tenía bajo la almohada una copia de los Mimos de Sofón. Nada menos que una pantomima.
-En su libro sorprende que la mayor parte de los autores analizados son poetas. A excepción de Elsa Morante, Carlo Emilio Gadda y Giorgio Manganelli, no hay menciones de otros narradores. ¿No le parece una operación selectiva excluyente?
-Aquí el canon y la visión personal convergen. Yo tengo una visión de la literatura italiana en la que prevalece el polo dantesco y, por lo tanto, profundamente antipetraquista. Y en lo moderno, a favor de la prosa de Leopardi y categóricamente antimanzoniana. Manganelli es para mí el mayor narrador italiano de la segunda mitad del siglo XX. Elsa Morante está presente también por razones íntimas. Ella, más que una amiga (yo tenía veintidós años cuando Juan Rodolfo Wilcock me la presentó), me inició no sólo en la literatura sino también en la vida.
-¿Y qué recuerda de Wilcock?
-Conocí a Wilcock en Roma en 1962 o 1963. Yo tenía veinte años y él era el primer escritor que conocía de cerca. El encuentro no fue fácil, porque Johnny -como lo llamaban los amigos- era el individuo más extravagante que conocí en mi vida. Te paralizaba tanto por su esnobismo como por sus silencios. Cuando lo conocí, estudiaba Wittgenstein (me contó que le había dado unas clases a Moravia) y se sentía a gusto con la literatura y con la filosofía. Su anticonformismo es significativo ya en el título de la revista que escribía casi solo: L’Intelligenza. Era un cuerpo ajeno al ambiente romano, pero conocía y frecuentaba a los escritores más importantes.
-Los dos participaron como actores en el El evangelio según San Mateo de Pasolini…
-Fue Elsa Morante quien me presentó a Pasolini. Cuando empezó la filmación del Evangelio, me pidió hacer el rol del apóstol Felipe. Wilcock hizo el rol de Caifás. Ninguno de los actores era profesional: la mitad eran intelectuales; la otra mitad, gente del pueblo romano o campesinos. Fue una experiencia curiosa, pero también irritante. Yo no toleraba las esperas y los tiempos muertos durante las tomas.
-Italia vive uno de sus períodos políticos y culturales más oscuros. ¿Qué análisis hace del presente italiano?
-El período oscuro no es exclusivo de Italia, es un problema europeo en general. Hay un texto de Walter Benjamin que se llama «El capitalismo como religión». Se trata de una definición extraordinaria. Porque no es religión tal como la concibió Max Weber, sino en sentido técnico. No es una religión basada en la culpa y la redención, los dos pilares del cristianismo, sino sólo sobre la culpa. No existe una racionalidad capitalista, que puede ser contrastada con los instrumentos del pensamiento. Cuando uno abría los diarios en Italia hasta poco tiempo atrás, leía que el entonces primer ministro Monti decía que hay que salvar el euro «a cualquier costo». Más allá de que «salvar» es un concepto religioso, ¿qué significa esa afirmación? ¿Que debemos morir por el euro? El capitalismo es una religión, y los bancos son sus templos, pero no metafóricamente, porque el dinero no es más un instrumento destinado a ciertos fines, sino un dios. La secularización de Occidente dio lugar paradójicamente a una religiosidad parasitaria. Yo he estudiado por años la cuestión de la secularización, que dio lugar a una nueva religión monstruosa, totalmente irracional. La única solución europea es salir de este templo bancario.
-¿Y su visión de América Latina? ¿Y de la Argentina en particular?
-Del todo positiva. Se respira un aire distinto. Cuando fui a Buenos Aires, me sorprendió que, a pesar de la catastrófica crisis económica de 2001, existía una sociedad en movimiento. En Europa, asistimos a un vaciamiento de la democracia que es sólo estadística y cálculo. En América Latina se vislumbra una alternativa a esta visión cansada del mundo.
Somos Femen, las desnudas tropas de choque del feminismo (Inna Shevchenko)
21/04/13 |
Femen está en guerra con un patriarcado que contempla a las mujeres como objetos sexuales. ¿De qué armas disponemos? De nuestros pechos desnudos.
Femen es nuestro intento de repensar la historia del feminismo en su conjunto. Creemos que si se les deja como propósito vital a las mujeres poco más que satisfacer deseos sexuales, entonces nuestra sexualidad debe politizarse. No estamos negando nuestro potencial de ser tratadas como objetos sexuales. Por el contrario, tomamos nuestra sexualidad en nuestras manos, volviéndola contra nuestro enemigo. Estamos transformando la subordinación sexual femenina en agresión, y empezando por tanto la guerra de verdad.
Que nadie se confunda: estamos en guerra. Es esta una guerra ideológica, una guerra del tradicionalismo contra la modernidad, de la opresión contra la libertad, de la dictadura contra el derecho a la libertad de expresión. Tomamos como blanco las tres manifestaciones principales del patriarcado: la religión, la industria del sexo y la dictadura.
«No tuve tiempo de ver si parecían o no atractivas, si eran rubias o no», esas fueron las palabras de Putin después de nuestra acción más reciente de distracción, cuando las activistas de Femen se enfrentaron a él en Hannover, gritándole a la cara: «¡Que te jodan, dictador!». Putin se apresuró a sonreír, pero un funcionario del Kremlin ya andaba pidiendo que Alemania castigara a nuestras activistas. En un lapso de media hora se abrieron cuatro procedimientos judiciales contra las asaltantes del dictador.
Esta es nuestra realidad. Las activistas de Femen sufren detenciones, palizas o incluso secuestros, como nos sucedió en Bielorrusia después de la protesta nuestra que ponían en ridículo al presidente Alexander Lukashenko en Minsk.
Al machismo se le puede derrotar mediante la rebelión femenina. Ningún líder autoritario está interesado en la opinión pública, que puede perjudicarle personalmente. Las tácticas de Femen se proponen justamente eso: lastimarle y humillarle personalmente. Tirarle zapatos a Bush no es nada comparado con nuestro ataque contra Putin. Antes nunca se había encontrado su cuerpo sagrado, protegido por docenas de guardas de seguridad profesionales, tan en peligro.
Éramos todavía unas aficionadas cuando nos manifestamos contra Putin en Kiev en 2011, a docenas de kilómetros de distancia de nuestro blanco. Pero mejoramos nuestras habilidades cuando sitiamos el colegio electoral en Moscú en 2012, sólo 20 minutos después de que se marchara Putin del lugar. Un año más tarde, nos enfrentamos a él desnudando nuestros pechos como desafío.
Putin es un homófobo y un oligarca que encarna la fusión de Iglesia y Estado, poniendo sus intereses personales por delante de los de 150 millones de personas en ese proceso. Recientemente anunció que Rusia no es país para los gays, tal como George H. W. Bush afirmó en su día que los EE. UU. no son país para ateos. Putin no se para en eso, de modo que vamos nosotras a pararle a él.
¿Cómo, se preguntan ustedes? Sí, queridos lectores, ¡sólo con nuestros pechos desnudos! Respondemos tumbando al gran oligarca y sus payasos del servicio de seguridad, y con ellos, la imagen que tan cuidadosamente ha ido cultivando.
Femen constituye un inmenso experimento. Cada día encontramos nuevos modos de destruir el patriarcado, nuevas palabras con las que responder a nuestros oponentes. Apelamos a una revuelta sexual global contra el sistema. No podemos contarles nuestros planes más inminentes, o cuál será el resultado final de nuestra lucha, pero trabajamos en ellos las 24 horas del día. Lo único que puedo decirles con seguridad a todos aquellos contra los que luchamos es que no vamos a dejaros que consagréis como culto la mierda que sois.
Inna Shevchenko es activista y dirigente del movimiento internacional de mujeres Femen
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La marica se desvanece
El buen sentido del perverso. Hay un atardecer violeta y se filtran tras las nubes y los techos los primeros destellos de estrellas. Pequeños estallidos iridecentes de viejos planetas consumidos por fuego y hartazgo. Sobre el lecho de enfermo
la marica se desvanece.
Sobre la larga cabellera ceniza la sombra se hace aún más sombría. Oscuridad y luz violeta, estrellas, sol (corre la marica detrás del sol que vuelve y vuelve por a sorprenderlo por su espalda).
Un poeta en Nueva York espía desde el borde de la Quinta Avenida el porte sobrio del cochero. La misma luna ilumina Granada. Y el buen ojo del culo de Allen Ginsberg clama por que den por culo a los buenos maricas de la CIA.
El medico hace su entrada en escena. Guardapolvo intachable, cabello blanco
-Estudiaremos.
-Explíquele a ellos por favor.
-Y quienes son ellos.
-Mi hija, mi ex mujer y mis dos novios.
Es una pequeña comedia de enredos, la figura del puto en la clínica católica. (Penélope: -La Esperanza, a qué clase de hijo de puta se le ocurre ponerle a una clínica La Esperanza? A un hijo de puta católico).
Caldo de verduras (en el caldero hierven las ultimas tripas de alguien que cayó por curiosidad, espiando a la sudorosa dama de la cofia y el cucharón entre el zapallo y las zanahorias. No tuvo tiempo de explicarse con la fuerza y precisión de un carnicero ella los destripo y vertió sus huesos y vísceras al aceite hirviendo).
El muchacho inflado y amarillo, los ojos desbordando las orbitas, la bilis de una vida insegura. Revienta el hígado, los vasos, mierda y veneno.
Hola señora morfina. Necesito de usted las dulces caricias de una nana que me lleve de viaje allá lejos, donde no hay tiempo ni espacio ni lugar ni color ni luz ni nada que se materialice. Un simple punto oscuro más pequeño que un grano de arroz. Allí esculpido en letras góticas el Zaratustra de Nietzche.
La marica se desvanece
en prados donde yacen viejos ejércitos perdidos y recuerdos rotos de los desterrados. Pálidos rostros hambrientos con grietas y cicatrices, testigos que aún no han hablado.
Juguetean en el andamio aquellos obstinados constructores de sueños (la eternidad por los astros proclamo August Blanqui con tanta fuerza como la técnica de la barricada).
La marica se desvanece
El sexo de húmedo muchacha el orín los bronceados cuerpos de los hombres de mar. Tejen las manos fuertes del que hila redes puntos precisos y movimientos constantes. Es una escollera, un porro frente al viento frio del mar.
Teje el tejedor la mortaja del anciano y las ropas del recién nacido. Odra en la montaña sus recuerdos de cordillera. Su amante el viento, su odio su némesis su garabato de un tiempo perdido.
La marica se desvanece
El doctor la doctora el enfermero en escena. Tres pinchazos a la medula las lágrimas.
La marica se desvanece.
Se deja ir por un pedazo de almohada hacia un lugar donde todo dolor este perimido. Donde todo recuerdo proscripto todo deseo una estrella fugaz.
“A esas argucias recurre el goce, a esos rodeos” (Nestor Perlongher)
Por Néstor Perlongher* La tendencia de los adolescentes a enredarse en pasiones homoeróticas se integra en la mejor tradición occidental: la relación entre un efebo y un amante adulto constituía el prototipo de amor entre los griegos. No necesariamente, empero, ha estado recubierta de onerosas excusas. (1) Lyotard, Jean François, Economía libidinal, Saltés, Madrid, 1979. * Texto completo del trabajo “Prostitución homosexual: el negocio del deseo”, publicado originariamente en la Revista de Psicología de Tucumán, San Miguel de Tucumán, diciembre de 1981. |
Hatuey (y la mano del papa). (Por Silvia Guiard. Docente. Poeta. Testigo en la causa ESMA)
En 1512, el cacique taíno Hatuey fue quemado vivo en Cuba. En La Española, su isla natal, había visto de cerca el rostro de los conquistadores: crueles, hipócritas, codiciosos, violadores de mujeres. Derrotado su pueblo, pasó a Cuba, para alentar allí a la resistencia y luchar, junto a los pocos que se le unieron, con tácticas de la guerra de guerrillas. Pero fue capturado y condenado. Un instante antes de que encendieran el fuego, se adelantó un sacerdote para ofrecerle el bautismo. De ese modo, le dijo, y solo de ese modo, podría, una vez muerto, llegar al cielo. “¿Hay hombres como ustedes en el cielo?”, preguntó Hatuey. “Desde luego que sí”, le respondieron. “Entonces no quiero ir”, dijo Hatuey, “nada quiero saber con un dios que permite semejantes crueldades”.
Tras la mano que encendió aquella hoguera, hubo una mano de Papa. Fue en efecto Alejandro VI (antes Rodrigo Borgia) quien en 1493, emitió las cuatro bulas que otorgaban a los reyes de Castilla y de León, ”con la autoridad de Dios omnipotente que detentamos en la tierra y que fue concedida al bienaventurado Pedro y como Vicario de Jesucristo”, el dominio perpetuo de “todas y cada una de las islas y tierras predichas y desconocidas que hasta el momento han sido halladas por vuestros enviados y las que se encontrasen en el futuro”, mandándoles además “instruir en la fe católica e imbuir en las buenas costumbres a sus pobladores y habitantes”.
Méritos
Por otra parte, ¿qué hay que probar? Parecen de repente haber olvidado todos al mismo tiempo que Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires desde 1998, fue nada menos que presidente de la Conferencia Episcopal Argentina entre 2005 y 2011. Jefe máximo de una Iglesia que en todos esos años no realizó ninguna autocrítica ni revisión de su pasado. Una Iglesia que cuando, en 2007, fue condenado a prisión perpetua el sacerdote Von Wernich por 34 secuestros, 37 casos de tortura y siete homicidios calificados en el marco de un genocidio, se limitó a emitir un escueto comunicado expresando su dolor por el hecho. Pero que hasta el día de hoy no sancionó al genocida que continúa, en la prisión, en pleno ejercicio de su sacerdocio. Una Iglesia que no hizo nada para esclarecer la intervención del Movimiento Familiar Cristiano, de las monjas de Cristo Rey, de sacerdotes y obispos en la apropiación y distribución de niños, ni para rastrear el paradero de los mismos. Si esto no se llama encubrimiento, complacencia, complicidad, ¿cómo se llama?
Habemus capucham
Ningún premio Nobel trabajó en la “villa miseria” del Bajo Flores, ni estuvo allí el día en que los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics fueron secuestrados. Yo, sí. Fui una de los siete adolescentes secuestrados con ellos. “Siete elementos”, dijo en la radio el tipo que pedía las capuchas. Suvbersivos, se entiende. Como tales nos tuvieron, encadenados y encapuchados hasta soltarnos en una oscura autopista hacia la madrugada, no sin dejarnos su dulce despedida: “No vuelvan a pisar esa villa si no quieren ser boleta y aparecer en un zanjón”.
Hacía un año que trabajaba con los chicos de la villa, que pasaba todos los sábados a la mañana por la casa de los curas, en el barrio Rivadavia, pegado a ella. Nunca hubiera imaginado ese desenlace, sin embargo conocía por boca de ellos mismos (Yorio, Jalics y el entonces también jesuita Luis Dourron), desde algún momento del 75, la difícil situación que los tres atravesaban en la compañía, el permanente hostigamiento por parte del Provincial de la misma, Jorge Bergoglio, y de sus sectores más conservadores, las críticas a su manera de vivir y ejercer el sacerdocio, los rumores, las maledicencias, el arbitrario desplazamiento de Yorio de su cátedra en el Colegio Máximo. Por boca de ellos me enteré, y nos enteramos todos los que los rodeábamos, cuando finalmente Bergoglio los forzó a salir de la compañía, cuando empezaron a buscar un obispo que los recibiera, cuando el arzobispo de Buenos Aires, Aramburu, les quitó las licencias para oficiar en su diócesis. Apenas unos días después, el 23 de mayo del 76, primer domingo en el que Orlando Yorio no podía dar la misa en la humilde capilla de chapas, tuvo lugar el gigantesco operativo a cargo de la Marina. Recién cuando los curas fueron liberados, unos seis meses después, supimos con certeza que a los jóvenes nos habían llevado al mismo lugar donde ellos estuvieron los primeros días: la ESMA; y que de allí, ellos habían sido trasladados a una casa operativa donde permanecieron todo el tiempo encapuchados y encadenados.
Ni nosotros ni los curas ni los amigos que los rodeaban tuvimos entonces la menor duda sobre la íntima conexión entre estos hechos: Bergoglio los deja afuera-Aramburu les quita las licencias-la Marina los (nos) secuestra. Conexión, coherencia, consecuencia. Co-incidencia, recordando que “incidir” significa influir, intervenir, actuar. El resultado obtenido – que saliéramos todos de la villa- era un objetivo sin duda compartido por los militares, Aramburu y Bergoglio. Pero además: ¿Quién era la persona experta en teología que, según contaron Yorio y Jálics, participó de los interrogatorios que les hicieron en la ESMA? ¿Por qué se cuestionaba a Orlando sobre su interpretación teológica de la palabra “pobres” o sobre su forma de dar misa? ¿Lo acusaban de subversión? ¿O de herejía? ¿Los militares o los inquisidores? ¿Quién les llevó la comunión a la ESMA? ¿Quién fue la persona “importante” cuya visita les anunciaron sus guardianes en la casa operativa, poco antes de liberarlos? Ellos no pudieron verlo, porque estaban, como siempre, encapuchados. Orlando contó más tarde: “Jálics sintió que era Bergoglio”. En una reciente entrevista, su hermano Rodolfo sostuvo otra hipótesis: quizás era el nuncio papal. Era, en todo caso, un “importante” personaje de la Iglesia. ¿Quién? Turbias cuestiones, turbios hechos, turbias relaciones. ¿Quién las explicará? ¿El Espíritu Santo? ¿Dios? ¿Su Emisario en la tierra? Demasiado tiempo hace que este calla, oculta o deforma lo que sabe. Así quedó claro en 2010 cuando, en el transcurso de la causa ESMA, las querellas pidieron su declaración testimonial. Pretendió usar todos sus privilegios de Cardenal para evitarla y cuando finalmente, fue interrogado (para lo cual el tribunal debió trasladarse a la Curia), sus respuestas fueron elusivas, imprecisas y vagas. No supo decir cómo ni a través de quiénes había sabido enseguida que Yorio y Jalics estaban en la ESMA, ni quiénes ni por qué hablaban mal de ellos entre los jesuitas. Mintió, sin duda, cuando dijo que recién se había enterado del robo de bebés hace unos… diez años. Sin embargo, debió reconocer, que, cuando los dos curas fueron liberados, supo por ellos que en la ESMA había muchos otros detenidos ilegales sometidos a tortura. ¿Y qué hizo entonces? Solo comunicarlo a sus superiores en la Compañía de Jesús y en la Iglesia… ¿Ninguna denuncia pública? No, ninguna. Ni denuncia ni declaración alguna hasta esa declaración… en 2010. A regañadientes y treinta y cuatro años después… “Ocultar algo o no manifestarlo. Impedir que llegue a saberse algo.” Tal es la muy sencilla definición que da la Real Academia Española para el verbo: “encubrir”.
¿Paz?
Dicen que Franciso Jalics, desde el monasterio de Alemania en el que vive, declaró estar en paz con aquellos hechos, quizás hasta con Bergoglio. Mejor para él. Bien merece sentirse en paz a los 85 años quien, en la juventud, padeció en Hungría los horrores de la guerra mundial y en la madurez, los de la dictadura argentina. Pero su evolución espiritual o moral no dice nada de los hechos en sí, no desmiente a quienes los vivimos ni a quienes los investigaron. Bien distinta fue la situación de Orlando Yorio. Prestó declaración ante la justicia y presentó querella. Bregó incansable (e inútilmente) ante la Compañía de Jesús, de la que había sido formalmente expulsado por Bergoglio tres días antes de su secuestro (sin que él mismo lo supiera en ese momento) para obtener las explicaciones y la rehabilitación que él y sus compañeros merecían. Tan lejos estaba de sentirse en paz con Bergoglio que emigró al Uruguay cuando este fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires en el 92. Allí murió, de un infarto, en el 2000. Para entonces ya Bergoglio era arzobispo, cardenal y candidato a Papa.
En noviembre de 1977, durante su exilio en Roma, Orlando envió una carta de 27 páginas al secretario General de la Compañía de Jesús, P. Moura. En ella relataba detalladamente las presiones y maniobras en su contra, las intrigas, la manipulación, la duplicidad de Bergoglio, las “gravísimas” acusaciones secretas que este decía tener contra ellos, sin explicar nunca de qué se trataba o quién los acusaba, los rumores “provenientes de la compañía” que los vinculaban con la guerrilla. Sobre esto último, escribía:“Como estaban las cosas en Argentina, una afirmación así salida de bocas importantes (como ser la boca de un jesuita) podía significar lisa y llanamente nuestra muerte”. Y más adelante: “En ese mes de diciembre (1975) dado la continuación de los rumores sobre mi participación en la guerrilla, el P. Jalics volvió a hablar seriamente con el P.Bergoglio. El P.Bergoglio reconoció la gravedad del hecho y se comprometió a frenar los rumores dentro de la compañía y a adelantarse a hablar con gente de las fuerzas armadas para testimoniar sobre nuestra inocencia.” Pero, todavía más adelante, cuando el relato se acerca al desenlace, dice Orlando: “El Provincial no hacía nada por defendernos y ya nosotros empezábamos a sospechar de su honestidad. Estábamos cansados de la provincia y totalmente inseguros” [i] Esta carta, que terminaba con una larga, y casi desesperada, serie de preguntas, nunca recibió respuesta. De este lado del océano, en ese mismo mes de noviembre de 1977, la Universidad del Salvador, perteneciente a los jesuitas y una de cuyas máximas autoridades era entonces Jorge Bergoglio, otorgaba al Almirante Massera un doctorado honoris causa… Vaya casualidad.
Aun estando lejos en el tiempo –y lejos, por mi parte, de las creencias de mis dieciocho años- la muy especial irradiación personal, humana, de Orlando Yorio, sigue siendo un recuerdo entrañable, presente en mí junto a las imborrables vivencias de aquellos días en el Bajo Flores: los chicos, su ansiedad y sus risas, sus abrazos y su desamparo; sus madres compartiendo entre mates relatos de amor, soledad y lucha cotidiana; nuestra propia mirada adolescente, inquisidora -en el buen sentido- de las cosas, los lugares, las personas, buscadora de sentidos, de explicaciones, de caminos que, entre los pasillos estrechos de la villa, se abrieran paso hacia un mundo nuevo, menos cruel y más justo. ¿Y una vez más vienen las topadoras a pasarnos por encima, a reducirlo todo a barro, a pisotear los recuerdos, a sepultar o ningunear las huellas, los testimonios, las palabras? ¿Una vez más pretenden aplastar las conciencias como antes aplastaron las casillas, proclamando que estas cosas no pasaron, que no fueron así? Una vez más, sí, (¡y ya van cuántas!), los grandes tergiversadores de la historia pretender darnos vuelta de un golpe (de gracia) el sentido del mundo; trastocan, invierten el signo de las cosas, convierten los lobos en corderos.
Las ovejas, como suele ocurrir, se dejan engañar. Los lobos, no. Por eso ya hemos visto a las bestias carniceras, con Luciano Benjamín a la cabeza, lucir con beatífico júbilo los colores papales… Se exhiben ellos, sale la gran gilada nacional mezclando papas, balones de oro y máximas reinas holandesas en un pestilente guiso de “argentinidad al palo”, sale la legión de reaccionarios a empapelar las calles de amarillo y blanco, salen los fieles a cantar hosannas, afilando misales, listos para lanzarse a combatir infieles y a imbuirnos nuevamente de sus “buenas costumbres”, salen los “buscas” a vender camisetas e imprimir estampitas, salen los creyentes, los crédulos o los oportunistas a copar los micrófonos y los altoparlantes con su largo rosario de elogios, alabanzas y promesas de felicidad… Difícil es oír, entre los balidos piadosos y el anacrónico repicar de las campanas, las voces disidentes. Y sin embargo, no somos pocos los que no entramos en la procesión. Nos da en el hígado, nos sube por las tripas una profunda convulsión interna, mezcla de vergüenza, indignación, impotencia, bronca, tristeza e infinita náusea. Una vez más, o quizás, como siempre, nos toca sentir, pensar y hablar a contrapelo.
Silvia Guiard (Docente. Poeta. Testigo en la causa ESMA)
Buenos Aires, 3 de abril de 2013.
Chomsky vs Foucault
Manifiesto Infrarrealista (1975)
Belleza y arte
La belleza construida en el presente con justificaciones seniles ha nacido irremediablemente muerta, y se encuentra en un ambiente de farándula burguesa que la convierte en un objeto meramente suntuario.
Esa belleza se ha asfixiado entre sus numerosos adornos: extensas disertaciones sobre la pureza de las formas, teorías sobre el color o las palabras “buenas” y “malas” que nada tienen que ver con el ser humano, innumerable panegíricos para los artistas vacuos, ediciones de poesía limitada con la firma del autor en cada ejemplar, cultismo confuso con información tan libresca que las computadores se mueren de envidia.
Y con la muerte de esa señora, toda producción de seudoarte cómplice ha sido afectada. Nunca se habían dado tantos artistas y críticos cuya cobardía clama por el viejo tiempo del presente, y que se arrojan desesperadamente sobre la calavera de la belleza para darle algunos toques de maquillaje, cuya supuesta calidad es atestiguada por los tenebrosos cubículos de las academias, o le cuelgan algunos artefactos de la joyería Morlock…
Tomando en cuenta lo antes dicho, nosotros nos negamos seguir el juego institucional de la “CUL —¿cul no es un prefijo de origen francés?— TURA” que implica la teoría y práctica de los grupúsculos academicistas y sectas reduccionistas que bregan en el poder editorial y que con sus esquemas se vanaglorian de una absoluta corrección sobre lo que “la belleza debe ser”.
Y nosotros no decimos que “la belleza debe ser” sino que LA BELLEZA ES, EXISTE EN EL PRESENTE, está en la vida misma sin restricciones, sin esquemas apriorísticos, sin límites, y por todo esto, INDEPENDIENTE de las instituciones y fuera de los consejos vejestorios y epígonos anatematizantes.
Situación presente.
Esta es la gravedad de nuestro siglo: LA GENTE ESTÁ ENFERMA DE CORDURA Y SENSATEZ.
Todos los conformistas sufren de cordura y sensatez.
La cordura y la sensatez destruyen la imaginación del ser humano y lo reducen a un plano objetual en el que permanece cotidianamente reproduciendo una vida miserable; el individuo es aplastado por su propia impotencia y conformismo para hacer nada:
—los hambrientos dejan pasar el pan frente a sus narices;
—los artistas piensan que el arte se termina cuando los publican o exponen sus obras;
—los amantes se niegan a aventurarse buscando nuevas respuestas al amor;
—los “pensadores” se dedican todo el tiempo a buscar epítetos con los cuales denigrarar sus detractores;
—las corrientes políticas se consideran “Demiurgos” con sus teorías inmediatistas, apráxicas, ante la realidad social;
—y un millón-por-segundo de etcéteras más.
Nuestros contemporáneos en los tiempos que corren se tratan como seres cosificados. Los individuos se abandonan a una autocomplacencia pasiva buscando una tranquilidad que nunca existirá, siendo que el ser humano siempre será el producto de luchas internalizadas e históricas que engloban a toda la sociedad… La mayoría de la gente se refugia en la ideologización y se abandonan a quienes les quitan lo más preciado que tiene el individuo: SU HUMANIDAD… Sólo asumiéndose a sí mismos es que los individuos pueden romper en la práctica a todo sistema manipulador que trate de “regularles” la vida. Todo ser humano que se estime a sí mismo se opondrá a todo control externo, venga de donde venga: religión, “ciencia”, partido político, Estado, psiquiatría, psicología, psicoanálisis, etc.
Los individuos que reducen la vida a su propia simplicidad y pragmatismo no ven más allá de las paredes artificiales que ellos mismos han levantado, este es uno de los modos en que la imaginación creativa es asesinada, sin considerar que esa imaginación es otra prerrogativa de la humanidad de la persona. Por todo lo dicho, los artistas sin límites son necesarios en los tiempos de miseria como el presente.
DEBEMOS ROMPER TODOS NUESTROS NERVIOS porque ya están desgastados, totalmente inservibles, insensibles, y sólo nos mantienen en una situación degradante en la que todos nuestros actos pierden el sentido delo humano.
EL REINO DE LA FELICIDAD ESTÁ AQUÍ Y AHORA en todo individuo que realiza una praxis humana en la que se reconoce sujeto/objeto, masculino/femenino, negativo/positivo, bueno/malo; praxis en la que ama y lucha, donde crearse a sí mismo significa hacerse y deshacerse en una esencia vital…
Tenemos que actuar en todos los frentes posibles e imposibles de la vida humana. TODA REDENCIÓN ABSOLUTA E HIPOSTASIADA ES FALSA.
Infrarrealismo e infrarrealistas
El infrarrealismo es la espontánea e inesperada aparición de la clave determinante que asalta y destruye todas las reglas que constriñen y retrasan al ser humano y sus manifestaciones. Así, el infrarrealismo es la contingencia que lidia con los significados y cambios que nunca pueden ser previstos por el racionalismo ni siquiera con la ayuda de toneladas de equipos de precisión. El infrarrealismo está aquí, todo lo penetra y viaja en el vehículo de lo inmediato.
Para ser infrarrealista hay que vivir desde ahora en las galaxias de los hoyos negros lo que significa estar en la vida misma que se comporta y expresa como esas galaxias, donde lo extraordinario sucede cotidianamente, lo imposible es posible y los actos inciden en maravillas inesperadas. Esas galaxias son vistas por los ojos que captan los asombros, son tocadas por las manos que captan delicias y deleitan desplazándose por las texturas vivas de los cuerpos humanos; son vivibles por los movimientos que luchan por la libertad, son una danza en las estrellas; son percibidas por el coraje de vivir, cueste lo que cueste, cada instante auténticamente; se encuentran en todos los combates individuales y sociales que crean las metamorfosis de la vida humana; se oyen en todas las voces, músicas, gruñidos, canciones, sonidos que se configuran en los caminos de las almas anhelantes; son alucinadas en las mentes verdaderas que penetran lo impenetrable con el arte. Quienes las buscan, entran en esas galaxias; el nombre inmediato con el que son designadas no es importante, puesto que dichos nombres son sólo las múltiples formas de nombrar la HUMANIZACIÓN que hacen del individuo un ser completo.
—El infrarrealismo es la multitud de cuerdas que ayudaron a derribar estatuas de opresores como el zar Pedro o Stalin..
—El infrarrealismo es la pistola de Sergei Esenine cuyos disparos recitaron su poema para los Estados Unidos.
—El infrarrealismo es una mandarina cuya cáscara es pelada con los dientes mientras se sigue saboreando.
—Gerard de Nerval es infrarrealista caminando por las calles de París mientras jala con un cordón una langosta.
—Un acto infrarrealista es don Quijote de la Mancha derribando al farsante Caballero de los Espejos.
—El infrarrealismo canta y gruñe, tiene miedo y es valiente, ama y odia, atina y desatina, gana y pierde, se compone y se descompone, se aflige y se serena, ríe y llora, aprueba y desaprueba, pero siempre se conmueve con sus contradicciones, para bien o para mal.
—El infrarrealismo no tiene acciones en fábricas ni en instituciones bancarias y, por lo mismo, no se acongoja cuando los obreros hacen huelga o los bancos son asaltados.
—El infrarrealismo ama sin reservas y no cree en el matrimonio. Le gusta ser aventurero en todo y piensa que las cosas no están hechas sino haciéndose (incluso piensa que muchas cosas están malhechas).
—El infrarrealismo se burla de las alternativas capitalistas que siempre son: “¿coca-cola o pepsi-cola?”
—El infrarrealismo le saca la lengua a la etiqueta, se muere de risa en las conferencias de los letrados, respira al aire libre y no tiene mamá ni papá y es andrógino.
—El infrarrealismo piensa que el llamado “oficio de escritor” es una invención de los literatos que han querido vivir confortablemente del arte, lo que significa un indecoroso comercio de la vida.
—El infrarrealismo es epicúreo, sodomita, hereclitiano, hedonista, narcisista, kantiano, hegeliano, marxista, anarquista, metafísico, patafísico, utópico, existencialista; simultáneamente todo esto y nada a la vez; pero rechaza la reproducción de sectas de il corpore fascista.
—El infrarrealismo no es secta de ningún tipo, no distribuye membresías ni boletos y no elige a sus miembros por ningún mecanismo de mayorías ni de minorías porque para ser infrarrealista basta con ser infrarrealista.
—El grupo de los poetas infrarrealistas no tiene estatutos ni reglas de conducta, puesto que formamos un grupo nogrupo.
—Para el infrarrealismo más vale lamentar que prevenir.
EL INFRARREALISMO EXISTE Y NO EXISTE
José Vicente Anaya