Julio César Strassera: hombre de hojalata con un traje gris


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Murió Julio Cesár Strassera, y toda la batería mediática de la burguesía argentina y de la fracasada Unión Cívica Radical ya está canonizándolo como un héroe de la democracia. Poco importa que Strassera haya asumido como fiscal en los tiempos del genocidio y jurado su lealtad a los ideales de la Justicia por las Actas del Proceso de Reorganización Nacional.

Strassera va a ser reivindicado como el fiscal del Juicio a las Juntas, el Nüremberg argentino, que al igual que el original europeo fue una de las grandes farsas argentinas, donde nueve de los cabecillas de la dictadura fueron condenados, dejando libres e impunes a miles de represores y desde ya sin tocar un pelo de sus cómplices civiles. Qué se podía esperar de la UCR, que supo ser golpista de la primera hora, prestó cientos de funcionarios a los militares y que en boca de su líder Ricardo Balbín llamó a aplastar a la guerrilla fabril. Amén de que en base al prólogo del libro Nunca más, redactado por ese camaleón político que era el escritor Ernesto Sábato, el Juicio a las Juntas es la concreción jurídica de la nefasta “teoría de los dos demonios”, que iguala la infantil violencia guerrillera y la legítima autodefensa obrera y popular con el terrorismo de Estado.

Strassera fue la cara judicial del alfonsinismo, que tiene en el Juicio a las Juntas su máxima justificación democrática, olvidando siempre que el más que centenario partido en el poder bajo el mandato de Raúl Alfonsín promulgó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, dejando en las calles a miles de genocidas. Todos estos fueron capítulos de un pacto de impunidad que incluyó al Partido Justicialista y al resto de los partidos del régimen.

Strassera acompañó como la sombra al cuerpo la trayectoria del radicalismo alfonsinista y toda su impotencia y cobardía. En el juicio a los jerarcas militares, cuando el expresidente se presentaba como la versión criolla de la socialdemocracia, el progresismo de entonces, al igual que el de ahora, justificaba su decisión de salvar a la inmensa mayoría de los genocidas por el todavía latente peligro del partido militar, temerosos, como buenos leguleyos, de que fuera la movilización popular la que saldara cuentas con ellos. En la fase del alfonsinismo de apoyatura de los proyectos conservadores, cuyo punto de partida fue el Pacto de Olivos con Menem a fines del 93, Strassera fue como candidato de la UCR en lista a convencional constituyente por la Ciudad de Buenos Aires. En el 2003, Strassera se afilió al partido fundado por Leandro Alem, luego del sangriento final de la Alianza y De la Rúa. En el 2006 fue el abogado defensor de Aníbal Ibarra en el juicio político que terminó con su Gobierno luego de la tragedia de Cromañón.

En síntesis, funcionario judicial procesista, partícipe de un salvataje a los genocidas y sus cómplices, candidato de la UCR pactista con el menemismo, defensor del responsable político de un régimen corrupto que costó la vida de más de ciento noventa jóvenes, charlatán de feria del republicanismo gorila argentino. Hombre de hojalata con un traje gris, un Nisman sin glamour del radicalismo, Strassera tiene todos los pergaminos para ser ungido como un héroe de la democracia burguesa argentina.

Rafecas desmiente a Nisman y da oxígeno a CFK


El juez Daniel Rafecas desestimo la denuncia de de Alberto Nisman y la imputación de Gerardo Pollicitas, por “inexistencia de delito” referido al supuesto encubrimiento del terrorismo irani por Cristina Fernández de Kirchner. El fiscal podría apelar la decisión ante la Cámara Federal.

 

En su dictamen Rafecas desestimó las denuncias contra contra la Presidenta, el canciller Héctor Timerman, el diputado Andrés Larroque, Luis D’Elía , Fernando Esteche, Jorge «Yussuf» Khalil y el ex juez federal Héctor Yrimia. Para el juez «no hay un solo elemento de prueba, siquiera indiciario, que apunte a la actual Jefa de Estado respecto -aunque sea- a una instigación o preparación (no punible) del gravísimo delito de encubrimiento por el cual fuera no sólo denunciada sino también su declaración indagatoria requerida».

En su resolución Rafecas se pregunta: “¿Cómo puede un instrumento jurídico que nunca cobró vida constituir un favorecimiento real, una ayuda material concreta prestada –en este caso- a prófugos de la justicia argentina?”. La denuncia de Nisman que Pollicitas retomo se basa en dos hipótesis: una es que el Memorándum de entendimiento con Irán que llamaba a constituir una “Comisión de la Verdad” constituía una concesión al Estado iraní acusado de ser la mano detrás del atentado contra la AMIA a cambio de favorecer el intercambio comercial y que como contraparte el gobierno argentino iba a pedir el levantamiento de las circulares rojas de Interpol contra los acusados iraníes (alguno de ellos figuras importantes del régimen teocrático). Frente a esto el juez afirma que: «La primera, [la «Comisión de la Verdad»], porque el presunto delito nunca se cometió. Y la segunda [«baja de las notificaciones rojas»], porque la evidencia reunida, lejos de sostener mínimamente la versión fiscal, la desmiente de un modo rotundo y lapidario, llevando también a la misma conclusión de la inexistencia de un delito». La otrahipótesiss en que se basa la denuncia Nisman-Pollicitas es la existencia de una diplomacia paralela. En su fallo Rafecas la rechaza bajo el argumento que: “A lo largo de las miles de líneas de conversaciones escrutadas durante varios años, no surge una sola mención, una sola referencia, una sola gestión, una sola participación, ni del Canciller argentino, ni de absolutamente nadie de la cartera que conduce. No hay una sola vez en la que la Cancillería argentina aparezca envuelta en lo que Nisman denominó la ‘diplomacia paralela de facto’”.

Desde La Izquierda Diario, basándonos en los dichos y políticas del oficialismo, desde el apoyo irrestricto a las acusaciones armadas por la CIA y la Mossad de Nisman, hasta los dichos de Ronald Noble jefe de Interpol en defensa de la actitud del Gobierno argentino con respecto a las circulares rojas, sostuvimos que la causa Nisman contra el gobierno era un armado de un sector de la justicia y los servicios de inteligencia locales e imperiales para condicionar el final del gobierno de CFK y al gobierno por venir. El juez nos lo confirma al afirmar que: “Si hay algo que surge del resultado de las escuchas, es que Timerman, y en definitiva, la ‘diplomacia real’, lejos de ser un aliado de estos individuos, eran justamente el rival a vencer, a derrotar, a torcerle el brazo”. Ciertamente lo que para nosotros constituye una muestra del cipayismo del gobierno kirchnerista que hizo suya la hipótesis fabricada por la CIA, para el juez explica la inexistencia de delito.

El fallo de Rafecas es una cuota de oxígeno necesario para un kirchnerismo que a lo largo de la crisis desatada por la denuncia de Nisman y su posterior y aún no develada muerte, venía contra las cuerdas. La resolución del juez deja sin sustento a Pollicitas (un fiscal íntimamente relacionado al PRO, desestima la denuncia de Nisman (como no nos cansaremos de decir un títere, encumbrado por el kirchnerismo, de los espías locales y de la inteligencia norteamericana e israelí) y a los fiscales que organizaron el 18F quienes asocian la muerte del fiscal a su denuncia contra el gobierno. Llegando a alimentar hipótesis de medios imperialistas que se trata de un crimen cuya mano es Irán o sectores de la inteligencia vinculados a Milani y el kirchnerismo. Por último, el fallo le permite al gobierno sostener que era la mano negra del Partido Judicial era la que estaba operando para conspirar contra su continuidad.

Rafecas recordemos es un juez afín al gobierno y su fallo demuestra la división de la casta oligárquico-judicial. Rafecas fue acusado en su momento por la oposición por su actuación el el caso Ciccone donde está imputado Amado Boudou.

La primer respuesta de la oposición al fallo fue de la aliada del PRO, la chaqueña Elisa Carrió: «La designación de Wado De Pedro, actual miembro del Consejo de la Magistratura, seguramente es producto de haber negociado con el juez Rafecas para que no investigue a Cristina y para que desestime la denuncia del fiscal Nisman y de la acusación de Gerardo Pollicita, ya que este estaba acusado ante el Consejo por el gobierno por su actuación en el caso Ciccone». Para la diputada esto confirma desde el gobierno “están organizando un autogolpe».

Lo cierto es que la maraña de encubrimiento sobre las verdaderas responsabilidades del atentado a la AMIA y la muerte de Nisman sigue vigente ya que las instituciones represivas, de inteligencia, políticas y judiciales del Estado argentino están colonizadas y dirigidas a defender intereses de clase y antinacionales ajenos a las mayorías populares. Sigue planteado exigir la apertura de los archivos de la ex SIDE y una Comisión investigadora independiente para acceder a la verdad de lo sucedido.

Partido judicial y partido militar


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Desde La Izquierda Diario hemos definido que el 18 de febrero planteo el primer gran desafío de masas del “partido judicial” hacia el kirchnerismo.

Mientras que para nosotros la idea de “partido judicial” está ligada a la de corporación que representa los intereses de clase para erigirse como freno del bonapartismo kirchnerista y un árbitro de la situación, frente a la debilidad de la oposición burguesa. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner también ha apelado a la misma noción para advertir de que se trata de una corporación golpista, asimilándola a la noción de partido militar, para subrayar que se trata de una nueva forma de golpismo de una casta que el gobierno amparó y utilizó en un pasado reciente lleno de complicidades mutuas.

El partido militar

Ciertamente la utilización de la categoría de “partido judicial” obliga a compararla con el antecedente histórico de la intervención política de la casta militar.

El partido militar fue un actor central de la política argentina, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, que se erigió como árbitro de la disputa interburguesa y garante de la proscripción política de la clase obrera (y el peronismo).

El partido militar a partir de la Revolución Libertadora de 1955, fue la avanzada de la ofensiva del imperialismo yanqui en Argentina. Como tal, actuó como árbitro de la situación cada vez que la irrupción de la clase obrera ponía en peligro la estabilidad burguesa frente a la debilidad de los gobierno civiles del régimen que fracasaban en su intento de poner freno a la lucha de clases o amenazaban con poner fin a la proscripción del peronismo, que era la dirección política reconocida por la clase obrera.

El partido militar no era homogéneo y en alguna ocasión dirimía sus disputas en las calles como en abril de 1963 cuando azules y colorados se enfrentaron violentamente para dirimir la disputa por la dirección de las FF.AA. Resumiendo: la clave del partido militar era que cumplía el papel de árbitro, dando golpes de estado que ponían fin a interregnos civiles generalmente con el apoyo de los mismos partidos que participaban del interregno civil. El golpe de Juan Carlos Ongania de 1966 contra el radical Arturo Illia fue el proyecto corporativo más ambicioso del partido militar, ya que se planteaba como un cambio completo de régimen político y no como una suspensión momentánea de la Constitución. El Cordobazo de mayo de 1969 puso fin a los sueños corporativos de Ongania y terminó con el régimen proscriptivo inaugurado por la Revolución Libertadora. Mientras que la dictadura genocida de 1976, que puso final al ascenso obrero y popular del Cordobazo que el peronismo no pudo detener con el accionar de las bandas fascistas de las Tres A, fue el final sangriento de un partido militar que se rindió cobardemente frente al imperialismo en la guerra de Malvinas.

Similitudes y diferencias

Al igual que el partido militar, el partido judicial es la representación política de una casta burocrático-oligárquica que avaló todos los golpes militares desde 1930 y en su composición actual es herencia del genocidio llevado a cabo por la casta militar entre 1976 y 1983. La democracia burguesa argentina restaurada en 1983 jamás intentó seriamente siquiera una reforma de la Justicia. El poder judicial argentino no solo cobijó a funcionarios heredados por la dictadura sino también a jueces y fiscales venales que en los ’90, bajo el imperio del menemismo, eran nombrados en servilletas de papel por el poder político. Fue la casta judicial la que dio legalidad a la entrega nacional, las privatizaciones y la destrucción de los derechos de los trabajadores. Una casta de corruptos millonarios que, como muestra el caso Nisman, fue colonizada por los servicios de inteligencia también herencia directa de la dictadura.

El kirchnerismo pactó con la casta judicial quien le permitió controlar la Corte Suprema de Justicia, lo que fue presentado como la gran reforma judicial, y cuando intentó ir más allá en ella, fracasó abiertamente. Durante años los Kirchner contaron con el beneplácito de los funcionarios de la Justicia, hasta que la ruptura con el campo en el 2008 llevó a la división de la burguesía, al enfrentamiento con Clarín y, más tarde, con los aires del fin de ciclo, empujando a un realineamiento que fraccionó a la casta judicial. Esta es una diferencia sustancial con el partido militar que, por su propia naturaleza verticalista, mantenía una dirección definida, mientras que el partido judicial, por ahora, solo representa a un sector del aparato judicial. Por su lado el kirchnerismo aún cuenta con su propia fracción agrupada en Justicia Legítima, aunque con el agravante de que si se concreta el retiro de Zaffaroni pueda perder su influencia en la Corte Suprema.

Ciertamente, a partir de las denuncias de Alberto Nisman y su muerte aún no aclarada, la seguidilla de causas abiertas contra el gobierno muestra que la fracción opositora del aparato judicial se erige como árbitro frente a la debilidad y atomización de una oposición burguesa incapaz de generar un movimiento social masivo en su apoyo. Más que el aliado golpista de la oposición la casta judicial, se presenta como la abanderada moral de la derecha argentina.

A diferencia de Honduras en el 2009 y Paraguay en el 2012, la corporación judicial no es el instrumento de un golpe blando, como denuncia el kirchnerismo, sino de un intento por desgastar al gobierno para debilitarlo en extremo de cara a las elecciones del 2015, y para condicionar al próximo gobierno que suceda al de CFK.

En síntesis, el partido judicial, al igual que el partido militar, se levanta como representación corporativa de uno de los aparatos del Estado capitalista que frente a la debilidad de los partidos de la burguesía, se plantea como garante último y referente moral del régimen burgués. Al igual que los militares, el partido judicial es la representación de una casta de corruptos millonarios, servicios de inteligencia y agentes del imperialismo, y los intereses particulares de los distintos grupos capitalistas. A diferencia del partido militar, el partido judicial no representa –aún- la voluntad mayoritaria de su casta y como tal no puede ser la cabeza de playa de un golpe blando, pero sí una vanguardia activa en el desgaste del kirchnerismo, marcando la agenda de los gobiernos por venir. Los socialistas debemos advertir que por los intereses de clase que defiende y su programa funcional al encubrimiento en la causa AMIA en consonancia con el imperialismo, el partido judicial es un peligro para los intereses democráticos de la clase obrera y el conjunto de la nación oprimida.

La izquierda es la única fuerza que plantea una política independiente de las fracciones burguesas en pugna. Lo hicimos en nuestros planteos de disolución de los servicios de inteligencia y de Comisión investigadora independiente frente a la crisis abierta por la causa AMIA y la muerte de Nisman. Pero también somos los únicos que tenemos un programa para terminar con la casta corrupta oligárquico judicial, luchando por retomar, mediante la movilización popular independiente, las tradiciones más radicales de la revolución francesa, patrimonio de los movimientos democráticos y socialistas, planteando la elección de jueces y fiscales por sufragio universal, la revocabilidad frente al incumplimiento, el salario igual al de un docente y los juicios por jurados populares. Bajo estas bandera, entre otras, la izquierda va a marchar este 24 de marzo.

La técnica de un crítico en trece tesis. (Walter Benajmin)


I. El crítico es un estratega en el combate literario.

II. Quien no pueda tomar partido, debe callar.

III. El crítico nada tiene que ver con el exégeta de épocas artísticas pasadas.

IV. La crítica debe hablar el lenguaje de los artistas. Pues los conceptos del cénacle son consignas. Y sólo en las consignas resuena el grito de combate.

V. La ‘objetividad’ deberá sacrificarse siempre al espíritu de partido cuando la causa de combate merezca realmente la pena.

VI. La crítica es una cuestión moral. Si Goethe no comprendió a Hölderlin ni a Kleistm ni a Beethoven y Jean Paul, esto no atañe a su comprensión del arte, sino a su moral.

VII. Para el crítico, sus colegas son la instancia suprema. No el público. Y mucho menos la posteridad.

VIII. La posteridad olvida o enaltece. Sólo el crítico juzga en presencia del autor.

IX. Polémica significa destruir un libro citando unas cuantas de sus frases. Cuanto menos se lo haya estudiado, mejor. Sólo quien pueda destruir podrá criticar.

X. La verdadera polémica aborda un libro con la misma ternura con que un caníbal se guisa un lactante.

XI. El entusiasmo artístico le es ajeno al crítico. En sus manos, la obra de arte es el arma blanca en el combate de los espíritus.

XII. El arte del crítico in nuce: acuñar consignas sin traicionar las ideas. Las consignas de una crítica insuficiente malbaratan el pensamiento en aras de la moda. XIII. El público deberá padecer siempre injusticias y, no obstante, sentirse siempre representado por el crítico.

La épica de los paraguas


La “épica” de los paraguas de la clase media despierta el fervor de opositores y corporaciones mediaticas antikirchneristas. Una marcha silenciosa -el silencio es salud, predicaba la dictadura- que baño de multitudes a una cabecera de fiscales y la jueza Arroyo Salgado y las hijas de Nisman, de riguroso luto, un negro que iba muy bien con la Argentina blanca exaltada en su silencio.

Fotografía: Lucia Prieto

Una postal, en Córdoba y Callao bajo la lluvia, una columna de paraguas avanzaba desde Santa Fe hacia Congreso sobre la senda exclusiva de los colectivos y respetando rigurosamente los semáforos. Patético. Pareciera ser que el retorno al imperio de la ley y la sacralidad de las instituciones de la justicia esta al orden del día. Claro esta siempre y cuando se trate de respetar la ley que protege la propiedad privada y permite negrear, despedir sin causa, estafar a los más débiles o expropiarles sus pocas pertenencias en nombre de la libertad de empresa.

Lo presiento en pequeños actos cotidianos. Vivo en un edifico de la zona de Congreso, donde los propietarios de clase media alta (del tipo que se movilizó a Plaza de Mayo), prefieren convivir con un nazi confeso, que dado vuelta casi incendia el edificio, antes que soportar a dos putos fumadores de marihuana, supongo que la diferencia esta en que los últimos le restamos valor a su propiedad.

El alma bella (expresión que tomo de Juan Dal Masso que a su vez toma de Hegel) de Alberto Nisman podemos decir que es tan oscura como el luto de Arroyo Salgado. En una reciente nota de la Revista Anfibia 24 fuentes judiciales sostiene que Nisman era un hombre de estrechos vínculos con la inteligencia criolla, y, cito textual: “Un ex compañero de Nisman y dos jueces federales se animan a decir (protegiéndose siempre en el off the record) que Nisman era “un agente” de inteligencia. Cuando se los interroga para que definan con precisión a qué supuesto servicio reportaba, dos de ellos aseguran que a la central norteamericana, la CIA. Mientras que la tercera fuente lo considera un agente del Mossad, el servicio secreto israelí”.

Fíjese bien que no se trata de especulaciones sino de fuentes de quienes compartían el mundillo judicial con el fiscal. Es decir no se trataba solo de su estrecha colaboración con un criminal colaborador del genocidio que el kirchnerismo puso a su lado como Stiuso, sino que era un hombre de estrechos vínculos con fuerzas de inteligencia imperiales. Por si no alcanzan los Wikileaks para poner blanco sobre negro a quien respondía el fiscal. Lo que lleva a la siguiente conclusión: si su amo era la inteligencia norteamericana e israelí, si trabajaba para ellos ¿como se puede reivindicar en su figura la lucha por la independencia de la justicia que se reclamaba en la convocatoria de la marcha como condición de la democracia republicana?. Este Nisman fue el mismo hombre que en la causa por el copamiento al cuartel de La Tablada, encubrió la desaparición de los militantes Ruiz y Diaz apresados con vida por los militares y nunca más vueltos a ver. Preguinto nuevamente: ¿como se puede reivindicar en Nisman el derecho a la vida y el fin de todo encubrimiento?.

La “épica de los paraguas” se va a presentar como la de la civilidad ciudadana contra las manifestaciones más violentas y menos educadas de la lucha de clases y las movilizaciones populares. Ciertamente, quienes portaban sus paraguas nunca encontraron su voz negada, los que cortan la Panamericana, hacen huelgas o marchan al centro político por sus demandas postergadas sólo lo pueden hacer irrumpiendo en la vida publica de una forma tal que rompen todos los marcos de la legalidad burguesa. A ellos las balas de goma y los gendarmes caranchos. Lamentablemente la acción del kirchnerismo y la burocracia sindical ha puesto un dique de contención sobre los trabajadores y el pueblo pobre a los que se le niega la voz y la lucha de clases entre explotadores y explotados sigue siendo de baja intensidad lo que hace que sea entre fracciones de la burguesía y las clases medias acomodadas las que ocupen el centro de la disputa política.

El kirchnerismo opone a la “épica” paragüera, la épica nacional y popular, tan berreta como la primera. Y lo dijimos mil veces, si Nisman y Stiuso existieron como factor político fue porque el kirchnerismo les dio aire, pacto con ellos en algún momento, como las conspiraciones de la CIA y la Mossad, permitio que las clases medias altas y la burguesía impusieran la agenda del orden y la normalidad. Que ahora se presenten como victimas de una conspiración de las corpopraciones es porque las corporaciones fueron empoderadas por el kirchnerismo, como en el caso de Nisman y Stiuso. Agréguenle un vicepresidente ladronzuelo proveniente de la UceDe y el relato se derrama como el agua de la lluvia bajo las alcantarillas.

Nisman y el bronce o el republicanismo de Puerto Madero


El intento de elevar al bronce la figura de Alberto Nisman, no solo es de mal gusto sino que habla a las claras del barro que cubre a las llamadas instituciones de la república y el republicanismo. Ojo, el fracasado bonapartismo cristinista también busca elevar al plano de la épica a una presidente y un ex presidente cuya función ha sido salvar a un régimen político que supo destruir los derechos de los trabajadores y entregar el patrimonio publico, cuando la movilización popular lo repudiaba en las calles en el 2001/2, rescatar al peronismo como fuerza de contención social luego de haber sido el agente de los planes neoliberales y fracasar en el intento de construir una burguesía nacional con los subsidios del Estado. El merito burgués del kirchnerismo es que hoy el nivel de la lucha de clases sea demasiado bajo y eso hace que las alternativas de esta crisis política se sucedan en los escenarios montados por las fuerzas del régimen entre acusaciones cruzadas y pescado podrido de la inteligencia criolla.

Nisman en todo caso es un recordatorio de la épica berreta del kirchnerismo. El suicidado fiscal supo ser quien señalara al Estado argentino, con la mira señalada por la CIA y la Mossad, que Irán era el responsable del atentado a la AMIA. El hombre que vivía en un departamento millonario en la torre Le Parc, fue acompañado por Néstor Kirchner quien le facilito la colaboración del ahora conspirador Stiusso e hizo de la acusación de Nisman discurso en las tribunas internacionales.

El problema es que cuando cambio la actitud de la Casa Blanca hacia Irán, CFK y Nisman separaron caminos. El fiscal siguió fiel a su dependencia de los servicios internacionales, a los que rendía cuentas, y la presidenta creyó estar protegida en el giro de Obama cuando impulsaba el Memorándum. La épica berreta del kirchnerismo choca contra las rocas subterráneas de los fiscales que respondían a la embajada norteamerciana y por los servicios secretos del genocidio (a los cuales no se privo de usar en provecho propio para espiar trabajadores como con el Proyecto X).

Usando el latiguillo reaccionario del medio pelo de mal gusto porteño, en un país en serio a un tipo que rinde cuentas a una potencia extranjera, en lugar de elevarlo al bronce se lo tendría que llamar vende patria. Y a un gobierno que lo acompaño durante años, como mínimo, cipayo. Pero ciertamente, el republicanismo argentino, vertebrado por una oligarquía con olor a bosta en sus botas como decía Sarmiento, nos tiene acostumbrados a transformar en figuras sagradas a genocidas, saqueadores, ladrones e inútiles.

Ahora bien, Nisman representa para el republicanismo anti-k la esencia de la división de poderes, la santidad de la institución de la Justicia. Una institución que oligárquica y corrupta, heredada del genocidio y el menemismo, colonizada por intereses de mafias y servicios de inteligencia. Nisman es un ejemplo, podríamos decir que fue independientemente del Ejecutivo nacional tanto como que era un servil empleado de las agencias de inteligencia del imperialismo. El republicanismo espera que sea la Justicia la que tarde o temprano salde cuentas con el kirchnerismo y más que golpe blanda, como advierten los K, que hoy por hoy sea el instrumento que liquide el poder de resistencia del FPV y haga cada vez más escasas sus posibilidades de continuidad política.

Homenajear a Nisman y marchar por él, es una farsa reaccionaria. La torre de Le Parc, donde murió el fiscal, es el nuevo santuario de los valores institucionales. Curiosamente José Pedraza, aliado K hasta el vil asesinato de Mariano Ferreyra, también vivía en un millonario departamento del barrio al igual que el vice presidente Amado Boudou. La República de Puerto Madero da cobijo a santos y pecadores.

Nisman: el Estado bajo sospecha


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La muerte del fiscal Alberto Nisman y la extendida sospecha de que se trató de un asesinato o suicidio inducido por algún sector de los servicios de inteligencia es el marco de una actual crisis nacional de gran envergadura, que sacude al poder político. Es el Estado argentino, heredado del genocidio, el que debe sentarse en el banquillo de los acusados.

Hay dos hipótesis que dividen al oficialismo y a la oposición sobre de dónde vendría la orden para acallar al fiscal. La del kirchnerismo apunta a Diego Lagomarsino y a la mano de Antonio «Jaime» Stiuso, sector de los servicios de inteligencia heredado de los tiempos del genocidio, que está directamente vinculado a la CIA y el Mossad. Para la versión oficial, el supuesto crimen sería parte de una conspiración destituyente que busca un golpe blando contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Para la oposición derechista -incluidas las corpos mediáticas- y para un sector del imperialismo, el suicidio del fiscal responde a una operación de la inteligencia argentina dirigida por el general César Milani (tal como insinúa Elisa Carrió) o por sectores proiraníes, o directamente de la inteligencia iraní. El objetivo sería mantener el encubrimiento a favor de Irán en lo referente al atentado a la AMIA. En las dos hipótesis enfrentadas hay un denominador común: es el Estado, a través de sus funcionarios políticos y judiciales y sus servicios de inteligencia, el protagonista de una trama criminal.

En la hipótesis kirchnerista el gatillo pareciera ser Lagomarsino, y el cerebro, Stiuso. Esta versión se apoya en que el fiscal Nisman, tal cual lo reveló Wikileaks, respondía directamente a las órdenes de la embajada norteamericana, y la investigación estaba en manos de los servicios de inteligencia digitados por la CIA y el Mossad, interesados, por cuestiones de política internacional, en culpar a Irán del atentado a la AMIA. El kirchnerismo confiesa aquí que su apoyo irrestricto a Nisman en la causa AMIA, la delegación de la investigación en manos de Stiuso y el libre accionar de la inteligencia extranjera en nuestro país se transformaron en política de Estado. La investigación de Nisman, como lo han denunciado reiteradamente Memoria Activa o APEMIA, entre otros, era una cortina de humo que encubría la conexión local donde se sospecha estuvo metida la mano de obra de la SIDE y de las Policías criollas. Es decir que durante diez años, al menos, el kirchnerismo avaló el encubrimiento de nichos mafiosos y criminales del Estado para poner la investigación al servicio de los intereses geopolíticos de una potencia imperialista y de su gendarme en Medio Oriente. Recordemos que cuando el ministro del Opus Dei en el Gobierno de Néstor Kirchner, Gustavo Beliz, se enfrentó a Stiuso, fue la cabeza de aquel la que rodó en favor del espía. El giro del Gobierno argentino con el «Memorándum», creyéndose un adelantado en una política más dialoguista con el régimen iraní, enemistó a Nisman y al Gobierno, y los despidos en la Secretaría de Inteligencia que dejaron sin trabajo a Stiuso terminaron con el idilio de diez largos años. En esta hipótesis el Estado es cómplice de una banda mafiosa de empleados del genocidio y de los servicios de inteligencia internacionales, que se han dado vuelta al verse amenazados.

La hipótesis opositora de la derecha, alimentada y apoyada por sectores del Partido Republicano estadounidense y de la derecha sionista (empezando por el Estado de Israel), que se oponen a los alineamientos internacionales de la actual Casa Blanca, señalan al kirchnerismo y a los iraníes como los interesados en acallar al fiscal. En el caso de la diputada Carrió, versión que apoyan de alguna manera The Telegraph, The Washington Post y el Financial Times, se apunta directamente contra la SI y César Milani, otro hombre del genocidio rescatado por el oficialismo. Mientras que en la versión de Patricia Bullrich Luro Pueyrredon y de ciertos medios imperialistas como el Wall Street Journal se señala directamente a los iraníes -y a sus aliados argentinos- como los que están detrás de la muerte del fiscal. El cuentito de la derecha habla de una zona liberada por los custodios y de un intento por acallar las denuncias de Nisman contra el Gobierno y su supuesta complicidad con el terrorismo. En esta versión de la historia la responsabilidad criminal del Estado está dada por la conducción política del mismo y por la utilización de los recursos estatales en encubrir la voladura de la AMIA. En esta rama de la política burguesa deberían ser la CIA y el Mossad los que abiertamente investiguen lo sucedido.

Al referirse a la «certeza jurídica» y la posibilidad de llegar a la verdad, el filósofo Giorgio Agamben escribió que “en nuestro sistema de derecho, la responsabilidad de un crimen debe ser certificada a través de una investigación judicial. Si esta se vuelve imposible, la responsabilidad de un delito jamás se podrá asegurar como cierta. Se hace como si todo fuera claro y acaba siendo borrado el principio jurídico según el cual nadie es culpable antes del juicio. Las teorías conspiracionistas que acompañan invariablemente a este tipo de acontecimiento se alimentan de la deriva seguritaria de nuestras sociedades occidentales, que arroja un velo de sospecha encima del trabajo político-judicial”. En las sospechosas circunstancias de la muerte de Nisman, y más aún en el atentado a la AMIA, esta imposibilidad de arribar a la verdad de los hechos se ve agravada por la génesis del genocidio, que es el sello de nacimiento de la restauración de la democracia argentina en 1983.

Las discusiones sobre Stiuso y la ex-SIDE o sobre el papel de Milani en Tucumán, que el kirchnerismo quiere ocultar, demuestran que el Estado argentino que llevó a cabo un genocidio contra la clase obrera y el pueblo pobre en 1976 fue rescatado por la restauración democrática de 1983. El pacto entre el PJ y la UCR le garantizó la impunidad a los genocidas y a sus cómplices civiles, la continuidad del aparato de Estado y del poder judicial y la permanencia del personal burocrático-represivo de la dictadura. Estos últimos son los nichos de genocidas protegidos por la democracia argentina. Al igual que con Jorge Julio López, son la mano oscura que mece la cuna del crimen. De un lado y del otro del arco político patronal y judicial las relaciones con oscuros personajes de inteligencia (solo por nombrar algunos, el “Fino” Palacios, Fernando Pocino, Juan José Álvarez, Gerardo Martínez), o los vínculos con viejos participes de la dictadura, muestran que en treinta y dos años de democracia el aparato estatal jurídico-represivo y los nichos del genocidio siguen en pie. Las apelaciones a la democracia de los políticos que se sirven de los servicios de inteligencia de la dictadura dan vida a la gran sentencia del gran revolucionario Auguste Blanqui: “Le ruego que me diga qué es entonces un demócrata. Estamos ante un término vago, trivial, sin acepción precisa, un término elástico”.

Giorgio Agamben / Guy Debord y la clandestinidad de la vida privada


1. Resulta curioso cómo en Guy Debord una coincidencia de la insuficiencia de la vida privada estaba acompañada por la más o menos consciente convicción de que existía, en su propia existencia o en la de sus amigos, algo único y ejemplar, que exigía ser recordado y comunicado. Ya en Critique de la séparation Debord evoca, como a algo de cierto modo intransmisible, “esa clandestinidad de la vida privada sobre la cual nunca se poseen más que documentos irrisorios”. Y sin embargo, en sus primeras películas y aún en Panégyrique, no cesan de desfilar los rostros de sus amigos uno tras otro, el de Asger Jorn, el de Maurice Wyckaert, el de Ivan Chtcheglov, y finalmente su propia cara, junto a la de las mujeres que amó. Y no sólo eso, en Panégyrique surgen también las casas que habitó, el nº 28 de la via delle Caldeie en Florencia, la casa de campo en Champot, el Square des missions étrangères en París (en realidad el nº 109 de la rue du Bac, su último domicilio parisiense, en cuya sala una fotografía de 1984 lo retrata sentado en un diván de cuero inglés que parecía gustarle).

Aquí se da una contradicción central, que los situacionistas no conseguirán superar, y, simultáneamente, algo precioso que exige ser retomado y desarrollado: tal vez la oscura e inconfesada consciencia de que el elemento genuinamente político consiste exactamente en esta incomunicable y casi ridícula clandestinidad de la vida privada. Puesto que incluso ésta —la vida clandestina, nuestra forma de vida— es tan íntima y próxima, que si tratamos de capturarla apenas nos deja en las manos la impenetrable y tediosa cotidianidad. Pero sin embargo, tal vez sea esta misma homónima, promiscua y sombría presencia lo que custodia el secreto de la política. La otra cara del arcanum imperii en la que naufraga toda la biografía y toda la revolución. Y Guy, que era tan hábil y perspicaz cuando tenía que analizar y describir las formas alienadas de la existencia en la sociedad espectacular, es entonces así tan franco e impotente cuando intenta comunicar la forma de su vida y cuanto intenta mirar a la cara y hacer estallar la clandestinidad con la que comparte el viaje hasta el último momento.

 

2. In girum imus nocte et consumimur igni (1978) abre con una declaración de guerra contra su tiempo y prosigue con un análisis inexorable de las condiciones de vida que la sociedad mercantil en el estadio supremo de su desenvolvimiento instauró sobre la totalidad del planeta. Inesperadamente, en medio de la película, la descripción detallada y despiadada cesa para dar lugar a una evocación melancólica y casi tenue de las memorias y acontecimientos personales que anticipan la intención declaradamente autobiográfica de Panégyrique. Guy recuerda el París de su juventud, que ya no existe, en cuyas calles y cafés tenía fiesta con sus amigos en la búsqueda obstinada de ese “Grial nefasto, que nadie quiere”. A pesar de que el Grial en cuestión, “fugazmente vislumbrado”, pero nunca “encontrado”, tuviera indiscutiblemente un significado político, ya que los que lo procuraban “estarán en condiciones de comprender la vida falsa a la luz de la verdadera”, el tono de celebración, marcado por citas de Eclesiastés, Omar Jayam, Shakespeare y Bossuet, es, no obstante, indiscutiblemente nostálgico y sombrío: “a la mitad del camino de la verdadera vida, estábamos rodeados de una sombría melancolía, que expresaron muchas palabras tristes y burlonas, en el café de la juventud perdida”. De esta juventud perdida, Guy recuerda el desorden, los amigos y los amores (“cómo no acordarme de los encantadores granujas y las chicas arrogantes con quienes habité en esos barrios bajos”), mientras en la pantalla surgen imágenes de Gil J Wolman, Ghislain de Marbaix, Pinot-Gallizio, Attila Kotanyi y Donald Nicholson-Smith. Pero es al final de la película que el impulso autobiográfico reaparece con más fuerza y la visión de Florencia cuando era libre se entrecruza con las imágenes de la vida privada de Guy y de las mujeres con las que vivió en esa ciudad en la década de los 70. Tras esto se ven pasar rápidamente las casas donde Guy vivió, el Impasse de Clairvaux, la rue St. Jacques, la rue St. Martin, una iglesia en Chianti, Champot y, aunque una vez, los rostros de los amigos, mientras se escuchan las palabras de la canción de Gilles en Les Visiteurs du soir: “Tristes enfants perdus, nous errions dan la nuit…”. Y, pocas secuencias antes del final, los retratos de Guy a los 19, 25, 27, 31, y 45. El nefasto Grial, del que los situacionistas partirán en busca, concierne no sólo la política, sino de cierto modo también a la clandestinidad de la vida privada, de la cual la película no duda en exhibir, aparentemente sin pudor, sus “documentos ridículos”.

 

3. La intención autobiográfica estaba, por lo demás, ya presente en el palíndromo que da nombre a la película. Poco después de invocar su juventud perdida, Guy añade que nada expresa mejor el gasto de ello que esta “antigua frase construida letra por letra como un laberinto sin salida, para recordar perfectamente la forma y el contenido de la perdición: In girum imus nocte et consumimur igni, ‘Damos vueltas por la noche y somos consumidos por el fuego’”.
La frase, definida a veces como el “verso del diablo”, proviene, en realidad, según una indicación en cursiva de Heckscher, de la literatura emblemática, y se refiere a las polillas inexorablemente atraídas por la flama de la vela que las consumirá. Un emblema se compone de una firma —una frase o un lema— y una imagen; en los libros que pude consultar, la imagen de la polilla devorada por el fuego surge frecuentemente, nunca asociada en el libro en cuestión sino a frases que se refieren a pasión amorosa (“así el placer vivo conduce a la muerte”, “así tanto amar lleva a la tempestad”) o, en casos más raros, a imprudencia en la política o en la guerra (“non temere est cuiquam temptanda potentia regis”, “temere ac periculose”). En los Amorum emblemata de Otto van Veen (1608), en el contemplar de las polillas que se precipitan en dirección a la flama de la vela está un amor alado, y la firma dice: brevis et damnosa voluptas.
Es probable, entonces, que Guy, escogiendo el palíndromo como título, se compare a sí mismo y a sus compañeros a las mariposas, que amorosa y temerariamente atraídas por la luz están destinadas a perderse y a consumirse en el fuego. En La ideología alemana —una obra que Guy conocía perfectamente— Marx evoca críticamente la misma imagen: “y es así como las mariposas nocturnas, cuando el sol de lo universal se pone, procuran la luz de la lámpara de lo particular”. Tanto más singular es que, a pesar de esta advertencia, Guy haya continuando siguiendo esta luz, curioseando obstinadamente la flama de la existencia singular y privada.

 

4. A finales de los años noventa, en las mesas de una librería parisiense, el segundo volumen de Panégyrique, que contiene la iconografía, estaba expuesto —por casualidad o por intención irónica del librero— al lado de la autobiografía de Paul Ricœur. Nada es más instructivo de esto que comparar el uso de las imágenes en ambos casos. En cuanto a las fotografías del libro de Ricœur retratan al filósofo exclusivamente en el transcurso de convenios académicos, como si no hubiera tenido otra vida fuera de ellos; las imágenes de Panégyrique pretendían un estatuto de verdad biográfica que observara la existencia del autor en todos sus aspectos. “La ilustración auténtica —advierte la corta promesa— ilumina el discurso verdadero… sabremos finalmente entonces cuál es mi apariencia en diferentes edades; y qué tipo de rostros siempre me rodearon; y qué lugares habité…». Una vez más, a pesar de la evidente insuficiencia y banalidad de sus documentos, la vida —la vida clandestina— está en primer plano.

 

5. Una noche, en París, Alice, tras decirle que muchos jóvenes en Italia continuaban interesados en los escritos de Guy y que esperaban de él una palabra, respondió: “Existimos, debería serles suficiente”. ¿Que quería decir “existimos”? En esos años vivían aislados y sin teléfono entre París y Champot, de cierto modo con los ojos puestos en el pasado, y su “existencia” estaba, por así decir, totalmente aplastada en la “clandestinidad de la vida privada”.
Sin embargo, incluso un poco antes de su suicidio en noviembre de 1994, el título de su última película preparada para el Canal+: Guy Debord, son art, son temps no parece —a pesar de ese su arte realmente inesperado— del todo irónico en su intención biográfica y, antes de concentrarse con extraordinaria vehemencia en el horror de “su tiempo”, esta especie de testamento espiritual reitera con la misma sinceridad y las mismas viejas fotografías la evocación nostálgica de la vida transcurrida.
¿Qué significa entonces “existimos”? La existencia —este concepto fundamental en la filosofía primera de Occidente— tendrá tal vez constitutivamente que ver con la vida. “Ser —escribe Aristóteles— para los vivos significa vivir”. Y, algunos siglos después, Nietzsche precisa: “ser: no tenemos otra representación que vivir”. Traer a la luz —fuera de cualquier vitalismo— el íntimo cruzamiento de ser y existir: ésta es ciertamente hoy la tarea del pensamiento (y de la política).

 

6. La sociedad del espectáculo abre con la palabra “vida” (“Toda la vida de las sociedades en las que reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculo”) y hasta el último momento los análisis del libro no cesan de poner en causa la vida. El espectáculo, donde “todo lo que era directamente vivido se aleja en una representación», es definido como una “inversión concreta de la vida”. “En la medida en que la vida del hombre se vuelve su producto, tanto más separado está de su vida”. La vida en las condiciones espectaculares es una “falsa vida”, una “supervivencia” o un “pseudo-uso de la vida”. Contra esta vida alienada y separada, es postulado algo que Guy llama “vida histórica”, que surge tras el Renacimiento como una “ruptura alegre con la eternidad”: “En la vida exuberante de las ciudades italianas… la vida se conoce como un goce del paso del tiempo”. Años antes, en Sur le passage de quelques personnes y en Critique de la séparation, Guy afirma de sí mismo y de sus compañeros, que “querían reinventar todo todos los días, volverse jefes y dueños de su propia vida”, y que sus encuentros eran como “señales provenientes de una vida más intensa, que nunca fue verdaderamente encontrada”.
Lo que fuera esta vida “más intensa”, lo que era arruinado o falsificado en el espectáculo o simplemente lo que debe ser entendido por “vida en la sociedad” no es esclarecido en ningún momento; y sin embargo, sería demasiado fácil censurar al autor de incoherencia e imprecisión terminológica. Guy no hace más que repetir una postura constante en nuestra cultura, en la cual la vida no es nunca definida en cuanto tal, sino que es recurrentemente dividida en Bios y Zoé, vida política cualificada y vida nuda, vida pública y vida privada, vida vegetativa y vida de relación, en un modo en que ninguna de las particiones es determinable sino en su relación con la otra. Y es tal vez en última instancia exactamente lo indecidible de la vida lo que hace que ella sea siempre de nuevo decidida singular y políticamente. Y la indecisión de Guy entre la clandestinidad de su vida privada —que, con el pasar del tiempo, debía parecerle más elusiva e indocumentable— y la vida histórica, entre su vida individual y la época oscura e irrenunciable en la que ella estaba inscrita, traduce una dificultad que, por lo menos en las condiciones presentes, nadie se puede eludir de haber resuelto de una vez por todas. De cualquier modo, el Grial obstinadamente procurado, la vida que inútilmente se consume en la flama, no era reducible a ninguno de los términos opuestos, ni a idiotez de la vida privada ni al incierto prestigio de la vida pública, suprimiendo así la cuestión de la propia posibilidad de distinguirlas.
Iván Illich observó que la noción corriente de vida (no “una vida”, sino “la vida” en general) es percibida como “hecho científico”, sin tener ya ninguna relación con la experiencia de lo viviente singular. La vida es algo anónimo y genérico, que puede designar tanto un espermatozoide, una persona, una abeja, un oso o un embrión. De este “hecho científico”, tan genérico que la ciencia renunció a procurarle una definición, la Iglesia hizo el último receptáculo de lo sagrado, y la bioética el término clave de su impotente absurdidad.
Así como en esa vida se insinuó un residuo sacro, la otra, la clandestina, que Guy seguía, se hizo aún más indescriptible. La tentativa situacionista de restituir la vida a política choca con una dificultad posterior, pero no por eso menos urgente.
¿Qué significa que la vida privada nos acompañe como una vida clandestina? Encima de todo, que está separada de nosotros como está un clandestino, y asimismo que es inseparable de nosotros en el modo en que, como clandestino, comparte subrepticiamente la vida con nosotros. Esta escisión e inseparabilidad definen tenazmente el estatuto de la vida en nuestra cultura. La vida es algo que puede ser dividido — y, no obstante, siempre articulado y reunido en una máquina médica, filosófico-teológica o biopolítica. De este modo ni siquiera es la vida privada lo que nos acompaña como clandestina en nuestro breve o largo viaje, sino la propia vida corpórea y todo lo que tradicionalmente se inscribe en la esfera de la llamada “intimidad”: la nutrición, la digestión, el orinar, el defecar, el sueño, la sexualidad… Y el peso de esta compañera sin rostro es tan fuerte que todos procuramos compartirla con otro — y todavía la extrañeza y la clandestinidad nunca desaparecen y permanecen irresolubles hasta en la más amorosa de las convivencias. La vida aquí es verdaderamente como la zorra robada que el niño esconde bajo sus ropas y ni siquiera puede confesar que le rasga atrozmente la carne.
Es como si cada uno sintiera oscuramente que la propia opacidad de la vida clandestina encierra en sí misma un elemento genuinamente político, y como tal por excelencia compartible — y todavía, si lo intentamos compartir, huye obstinadamente a su prisión y no deja sino un residuo ridículo e incomunicable. El castillo de Silling, en el cual el poder político no tiene otro objeto que la vida vegetativa de los cuerpos, es en este sentido la figura de la verdad y, del mismo modo, el fracaso de la política moderna — que es en realidad una biopolítica. Viene a la mente mudar la vida, llevar la política a lo cotidiano — y sin embargo, en lo cotidiano, lo político no puede sino naufragar.
Pero cuando, como sucede hoy, el eclipse de la política y de la esfera pública no deja subsistir sino lo privado y la vida nuda, la vida clandestina, que se vuelve la única dueña del campo, debe, en cuanto privada, publicitarse e intentar comunicar sus propios ya no risibles (y sin embargo tales) documentos que conducen ahora inmediatamente con ella, con sus jornadas indistintas filmadas en vivo y transmitidas por las pantallas a los otros, una tras otra.
Y, no obstante, apenas el pensamiento fuera capaz de encontrar el elemento político que se esconde en la clandestinidad de la existencia singular, apenas, más allá de la escisión entre público y privado, política y biografía, Zoé y Bios, fuera posible delinear los contornos de una forma de vida y de un uso común de los cuerpos, la política podrá salir de su mutismo y la biografía individual de su idiotez.

Operativo Independencia: una avanzada del genocidio


El 5 de febrero de 1975, mediante el decreto 256/75, el gobierno encabezado por la presidenta María Estela Martínez de Perón dispuso la participación del ejército argentino en el «aniquilamiento» del accionar «subversivo» del Ejercito Revolucionario del Pueblo en la provincia de Tucumán. El 6 de octubre de ese mismo año, con los decretos 2770-71 y 72, el entonces presidente interino Italo Argentino Luder habilitó la participación de las tres fuerzas armadas (Ejército, Marina y Aeronáutica) en la represión interna y su extensión a todo el territorio nacional.

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    Bautizado como Operativo Independencia , el 9 de febrero la provincia de Tucumán fue ocupada militarmente por el Ejército, Gendarmería Nacional, Policía Federal y Policía de la Provincia. Con ellos llegaron centenares de especialistas de «Inteligencia», que jugarían un papel estelar en la represión que se iniciaba. Al frente del Operativo estaba el comandante de la Quinta Brigada, general Acdel Vilas, quien tenía estrechas relaciones con el Ministro de Bienestar Social y jefe de la Triple A, José López Rega.

    Un año antes en marzo de 1974, el PRT ERP destinó una veintena de militantes para realizar las tareas de preparación de la que se llamará Compañía del Monte Ramón Rosa Jimenez.. El grupo fue detectado por las fuerzas represivas que lanzaron un operativo de búsqueda. En aquella ocasión la presencia de una columna guerrillera en el monte tucumano se dio a conocer a través de la toma del Acheral.

    La idea del PRT-ERP era establecer una zona liberada en Tucumán para lograr el reconocimiento de la guerrilla rural como fuerza beligerante que se enfrentaban a una fuerza de ocupación, tal como caracterizaban a las FFAA locales. Según sus propios cálculos la Compañía del Monte sumaba 62 combatientes. La lógica vulgar de la guerra de aparatos que manejaba el PRT-ERP, imaginaba que a Tucumán se iban a lanzar las fuerzas del imperialismo y provocar un levantamiento nacional que llevara a un Frente de Liberación de carácter policlasista al poder.

    Las fuerzas de la guerrilla nunca superaron los 150 militantes. Frente a ellos el Ejercito desplegó 6000 hombres fuertemente armados que recurrieron a la tortura, el asesinato, la desaparición y las violaciones como método de guerra. Durante todo el Operativo la guerrilla solo pudo oponer a la represión una suerte de escaramuzas defensivas. Tan solo dos combates superaron esta forma de enfrentamiento y se sucedieron en Manchala y San Gabriel.

    Acdel Vilas fue el creador de uno de los campos de concentración más siniestros que puso en pie el terrorismo de Estado en Argentina, la llamada escuelita de Famaillá. Por sus mazmorras pasaron cerca de 2.000 secuestrados por las fuerzas de tareas del Operativo, muy pocos fueron sus sobrevivientes. Por iniciativa del cobarde general Luciano Benjamín Menéndez, se realizó un pacto de sangre que consistía en hacer participar de los operativos a todos los que pasaran por él, para comprometerlos en los actos criminales que se cometían. Teniendo en cuenta este antecedente, el actual jefe del Ejercito, General Cesár Milani, debería demostrar como fue que él es la excepción que paso con sus manos limpias de sangre por Tucumán en 1976. El caso del conscripto Ledo lo desmiente. En diciembre de 1975, Antonio Domingo Bussi reemplazó a Vilas como jefe del operativo independencia. Como cita un articulo de Marcos Taire, Buzzi le dijo a Vilas “general, usted no me ha dejado nada por hacer”. Cabe recordar que periodistas como Joaquín Morales Solá, que se presentan como defensores de los valores democráticos, hicieron carrera acompañando en silencio y encubriendo el accionar del Ejercito genocida en Tucumán.

    En febrero de 1975 el Pacto Social que había sido la la llave maestra de la política del peronismo estaba quebrada por la lucha de clases y la crisis económica en curso. El Operativo Independencia habilito a las FF.AA a participar en la represión de la clase obrera, la juventud militante y el pueblo pobre, sumando a las fuerzas duras de la represión estatal a la tarea que llevaban adelante los gangsteres de las Tres A. El objetivo de la guerrilla era una excusa para poner fin a una situación de insurgencia obrera y popular que había trastocado las relaciones de fuerza entre las clases y amenazaba el dominio de la burguesía. Se trataba de aplastar a las organizaciones de lucha y las corrientes políticas que participaban de ellas que habían desarrollado los trabajadores y la juventud a partir del Cordobazo. En marzo de 1975 las FF.AA participaran de la feroz represión de los obreros metalúrgicos de Villa Constitución. En junio y julio de 1975 la clase obrera va a protagonizar una extraordinaria huelga general que va a echar a López Rega y va a quebrar al gobierno de Isabel. La suerte estaba echada. Los radicales con Ricardo Balbín a la cabeza se apresuraron a pedir que además se aplastara a la «guerrilla fabril» y los empresarios se sumaron inmediatamente al frente golpista. Las FF.AA se preparaban para el golpe con el amplio consenso de la burguesía.

    Como paradoja queda recordar que el mártir de la burocracia sindical peronista José Igancio Rucci, solía decir que Perón había regresado a la Argentina para evitar un baño de sangre. Sin embargo, primero él dando vía libre a las Tres A y luego Isabel, incorporando al Ejercito en la represión, abrieron las puertas al partido militar que un año después llevara a cabo un baño de sangre en nombre de la civilización occidental y cristiana.