¿Solamente en Noruega? (Juan Gelman. P12)


Es notoria “la hazaña” de Anders Behring Breivik, que segó 76 vidas en Noruega y creó, además de muerte, una consternación asombrada en todo Occidente. ¿Cómo es posible que un “noruego de pies a cabeza” –así lo describió la policía–, blanco, católico, cometa dos atentados terroristas, además largamente urdidos? ¿El gobierno de Oslo está tan ocupado en las guerras de Irak y Afganistán que no vigila su propia retaguardia? Estas y otras preguntas recorren el mundo y las respuestas no son fáciles.

Algunas cosas están claras, sin embargo. Breivik es uno de los fundamentalistas cristianos que hace tiempo están empeñados en una guerra contra el Islam. La lectura de las 1500 páginas que dio a conocer antes de asesinar y el video que las acompaña, lo muestran como un antijihadista cuyo espejo es Bin Laden (//unitednations.ispnw.org). No se priva de respetar a Al Qaida, una de las pocas “organizaciones militantes exitosas” –dice– por su capacidad de “adaptación cultural”. A saber qué significa esto.

El manifiesto de Breivik, titulado “2083: Una declaración de independencia europea”, es a medias un diario de los preparativos del atentado, pero sobre todo está cargado de retórica ideológica destinada al enemigo: “el marxismo cultural” que, bajo la bandera de los filósofos de la Escuela de Frankfurt, domina partidos políticos, universidades y hasta ejerce una influencia determinante en “el capitalismo global”. Para el terrorista noruego, los que gobiernan Occidente son “traidores” que conspiran abiertamente con los islamitas para restablecer el imperio otomano en Europa e “islamizar” el continente entero. La fecha del título no es casual: evoca la derrota en 1683 de los otomanos que sitiaban Viena, una reivindicación de esa victoria cristiana cuatro siglos después.

La segunda parte del texto detalla la historia de un Islam implacable y mortífero y se caracteriza por apoyarse en escritos de islamófobos estadounidenses como Robert Spencer, Bernard Lewis y David Horowitz, un ex colaborador de los Black Panthers, que califican a los inmigrantes musulmanes de “peligro grave para la cultura occidental”. Breivik les plagia párrafos enteros modificando apenas algún adjetivo y lo mismo hace con escritos del también norteamericano Unanomber, Ted Kaczynsky, el matemático terrorista que se dedicaba a enviar bombas a las universidades. En la tercera parte de su “declaración”, Breivik brinda un paisaje de sus héroes, desde Vlad Draculea, El Empalador –olvidando que también empalaba cristianos, no solamente musulmanes–, hasta el zar Nicolás II.

La parte final llama a la acción: “los traidores marxistas” deben ser perseguidos y exterminados. Estos nuevos cruzados deben, en consecuencia, formar un ejército de asesinos y convertirse en la versión occidental “cristiana” de Al Qaida, en un antijihadismo tan extremo como el propio jihadismo. La necesidad del martirio que preconiza Breivik es hermana íntima de la visión de Osama bin Laden.

Los atentados en Noruega han despertado preocupaciones hasta ahora solamente destinadas al terrorismo islámico en países europeos como Suecia, donde los grupos fundamentalistas blancos están mejor organizados, o Gran Bretaña. En EE.UU. comienzan a preguntarse “¿y por casa cómo andamos?”: “La intensa atención centrada en la amenaza de los militantes islámicos ha denigrado injustamente a los musulmanes estadounidenses y subestimado peligrosamente la amenaza de ataques de otros extremistas locales” (www.nytimes.com, 24-7-11).

No le falta razón –en este caso– al diario neoyorquino: el Southern Poverty Law Center (SPLC, por sus siglas en inglés) –organización pro derechos civiles– lleva a cabo estudios anuales sobre los grupos “patrióticos” que propugnan el derrocamiento del gobierno porque no satisface las pretensiones del suprematismo blanco, y ha identificado a 824 de estos grupos en el 2010, de los que 330 son milicias armadas (www.splcenter.org, primavera de 2011).

Daryl Johnson, entonces asesor del Departamento de Seguridad Interior de EE.UU. (DHS, por sus siglas en inglés), dio cuenta de esta situación en el informe titulado “Extremismo de derecha”, en el que señalaba, entre otras cosas, que la situación económica imperante, la inmigración, la cuestión del aborto y un presidente afroamericano podía desatar acciones terroristas de esos grupos. “Los extremistas de derecha –indicaba–- intentarán reclutar y radicalizar a los veteranos que regresan, a fin de explotar sus conocimientos adquiridos en combate y en el entrenamiento militar” (www.huffingtonpost.com, 14-4-09).

Estas conclusiones trascendieron y las críticas de diferentes grupos neoconservadores, incluso parlamentarios, llevaron a la directora del DHS, Janet Napolitano, a pedir disculpas por el informe, retirarlo de la circulación interna y renunciar a su autor. Pero Daryl no se equivocaba: en el 2010 los grupos de “patriotas” aumentaron un 60 por ciento respecto del año anterior: eran 512, incluidas 127 milicias, en el 2009. Pese a estas realidades, el representante republicano Peter King, presidente del comité de seguridad interior de la Cámara baja, declaró que no iba a incorporar la cuestión del fundamentalismo blanco en las sesiones del comité dedicadas a la presunta radicalización de los musulmanes estadounidense. Hombre, para qué.

¿Y en EE.UU., Mr. Murdoch? (Juan Gelman. P12)


El vice emperador del mundo mediático mundial la está pasando mal en Londres, el primer ministro británico no la pasa mejor y le tomó distancia aunque practican el mismo deporte: no asumen la responsabilidad de los hechos. Han convertido el mea culpa en culpa alter, un ejercicio habitual en ciertos círculos y en ciertas personas. Sólo que al aducir que no sabían qué estaba sucediendo bajo sus narices, David Gordon y Rupert Murdoch manifiestan un grado de ignorancia inexplicable dado el calibre de sus ocupaciones. En fin, enigmas de la historia.

Pareciera que tampoco pinta bien el futuro del magnate en EE.UU., provincia de sus dominios a la que prestaba una atención preferente cuando estalló el escándalo en Londres. Un trascendido sobre la intercepción de las conversaciones telefónicas y los correos de voz de sobrevivientes del atentado del 11/9, víctimas y familiares, es otro elemento de la investigación que el FBI lleva a cabo en News American Inc., la megafilial estadounidense de la megaempresa News Corp. Tres senadores demócratas y uno republicano han solicitado que esto se indague a fondo. No deja de ser paradójico en un país cuyo organismo de seguridad nacional (NSA, por sus siglas en inglés) controla diariamente millones de correos electrónicos y chats de medio planeta en una operación de megaespionaje sin antecedente conocido.

El muy inglés Daily Mirror despertó esas preocupaciones: citó a una fuente anónima que mencionó a un ex oficial de policía y hoy detective privado: “Muchos periodistas de EE.UU. buscan sus servicios –declaró– y hace poco me dijo que le pidieron que hackeara los teléfonos privados de las víctimas del 9/11” (www.mirror.co.uk, 11-7-11). Agregó que el encargo provino de News of the World, el diario que Murdoch se vio obligado a cerrar, y que “los periodistas le pidieron que registrara quién y a quién llamaban por celular las víctimas del 11/9 y sus familiares, especialmente los de nacionalidad británica”. Se procuraba un fisgoneo algo más que local.

Los hombres de Murdoch en EE.UU. no son inquilinos de la inactividad. Según expedientes de la Oficina de Registros Públicos del Senado, la News American Inc. contrató a siete cabilderos y a seis compañías del mismo rubro cuyo empeño consiste en suavizar o impedir la sanción de leyes que protegen la privacidad, como el proyecto de la llamada ley de prácticas mejores (www.hou se.gov, 19-7-10) o el de la que impediría las escuchas telefónicas de organismos oficiales (//speier.house.gov, 2011).

El propio Murdoch donó el año pasado un millón de dólares a la Cámara de Comercio estadounidense (www.iwatchnews.org, 18-7-11). En octubre, la Cámara lanzó con gran despliegue propagandístico un programa de seis puntos destinado a reformar la ley de prácticas corruptas en el extranjero (FCPA, por sus siglas en inglés), promulgada en 1977, que califica de ilegal el hecho de que una persona o una empresa basada en EE.UU. pague a funcionarios de un país extranjero para conseguir o conservar un negocio. Que soborne, en suma. “Esta coincidencia despierta ciertamente preguntas acerca de quién financia la campaña de la Cámara. Si no es la News Corporation, ¿quién sería?”, declaró Joshua Dorner, dirigente del Centre for American Progress (www.guardian.co.uk, 14-7-11). Buena pregunta.

Crece el coro de voces que exigen un prolijo escrutinio de las actividades de la New Corporation en EE.UU. en el marco de la FCPA. Eliot Spitzer, ex gobernador de Nueva York, conminó a iniciarlo inmediatamente por violación de la ley antisoborno (www.slate.com, 12-7-11). La FCPA pune con prisión y multa a individuos y empresas, pero hay un detallito: “Una y otra vez hemos presenciado cómo la News Corporation usa su enorme poder y su influencia para cambiar las leyes que no le convienen”, señala Ilyse Hogue, líder del grupo Media Matters, organismo sin fines de lucro que analiza la desinformación en los medios estadounidenses (//mediamatters,org). De manera que las demandas de investigar a la empresa no evitan escepticismos.

Los demócratas, Obama incluido, que critican a News Corp por su apoyo irrestricto a los republicanos, que la empresa afirma diaria y activamente en los medios, alzan poco la cabeza: Fox News, la cadena de noticias más vista en EE.UU., y el Wall Street Journal, el periódico de mayor circulación en el país, pertenecen finalmente a Murdoch. Y a nadie escapa el ascendiente que su aliado David H. Koch tiene sobre el Congreso, muchos de cuyos miembros ocupan sus bancas gracias a los generosos donativos del multimillonario, a veces directos, a veces por intermedio de Americans for Prosperity, el grupo de élite que fundara en el 2004 y que apoya al Tea Party. Es posible que Murdoch salga en EE.UU. mejor librado que en Gran Bretaña de todo

Amy por dos


Amy Winehouse me gustaba. Me resultaba atrapante su voz y su figura. La sentía cercana a Tom Waits, no se porque. Murió como las grandes leyendas del rock y el jazz como producto de sus excesos. Murió atrapada en las redes de la explotación de los músicos por las compañías discográficas. Murió perpetuando un mito de la cultura del rock y el pop que fetichiza la muerte y la ofrece como una mercancía. La tragedia del artista se pierde y solo queda el acto vano del sacrificio, la autodestrucción. La independencia del arte es la única que puede preservar la integridad del artista y para eso es necesaria una revolución. Para los habitúes de las drogas aprender que el limite es la preservación de la vida y la lucidez.

Para los amantes de la buena musica se fue una de las buenas

 

Demasiado y demasiado pronto. (El destino cita a Amy Winehouse. El País)


Amy Winehouse me gustaba. Me resultaba atrapante su voz y su figura. La sentía cercana a Tom Waits, no se porque. Murió como las grandes leyendas del rock y el jazz como producto de sus excesos. Murió atrapada en las redes de la explotación de los músicos por las compañías discográficas. Murió perpetuando un mito de la cultura del rock y el pop que fetichiza la muerte y la ofrece como una mercancía. La tragedia del artista se pierde y solo queda el acto vano del sacrificio, la autodestrucción. La independencia del arte es la única que puede preservar la integridad del artista y para eso es necesaria una revolución. Para los habitúes de las drogas aprender que el limite es la preservación de la vida y la lucidez.

Para los amantes de la buena musica se fue una de las buenas

 

 

A primeras horas de la tarde, saltaba la noticia: Amy Winehouse había fallecido en un piso de Camdem, en Londres. No era la primera vez que se rumoreaba su defunción y hubo que esperar a que un portavoz de la Policía Metropolitana confirmara que sí, que el Servicio de Ambulancias recibió una llamada a las 15.54 (hora británica) pero que ya no pudo hacer nada por la cantante. Dados los antecedentes, medios y fans especulaban que se trataba de una sobredosis. Conviene esperar al informe del forense, aunque -con toda seguridad- antes nos llegaran las revelaciones de supuestos amigos.

No era la primera vez que se rumoreaba su defunción

Ofreció su último concierto el pasado junio en Belgrado y suspendió la gira

Una de las últimas apariciones públicas de Amy ocurrió el 18 de junio, en Belgrado. No fue un buen concierto: se cayó, parecía incapaz de interpretar su repertorio y tampoco recordaba el nombre de sus músicos. El público serbio decidió que la cantante estaba borracha y se dedicó a abuchearla: el respetable huele la sangre y no perdona. Al poco, se suspendía el resto de la gira europea, que incluía una parada en Bilbao. Su oficina anunciaba que no habría nuevas actuaciones hasta que Winehouse pudiera recuperarse: otra vez el ciclo de rehabilitaciones, caídas, intentos de volver a la normalidad.

Su muerte transforma una carrera extraordinaria en una simple moraleja. Inevitablemente, eso eclipsara su papel en el redescubrimiento del soul y en el boom de las vocalistas femeninas, dos fenómenos que han cambiado el perfil de la música pop internacional. Con veinte años, ella editaba Frank (2003), un disco de querencia jazzística que compitió por el premio Mercury. Pero fue en 2006, con Back to black, cuando encontró la fórmula ganadora.

Su segundo trabajo mostraba una fascinación por el soul de los sesenta, con la autenticidad que proporcionaban los Dap-Kings, la banda que tomó prestada a la veterana vocalista neoyorquina Sharon Jones. También había rastros de exuberantes músicas jamaicanas pero lo esencial fue la construcción del personaje, con canciones desafiantes como Rehab y You know I’m not good. Amy se transformaba en una versión contemporánea de las protagonistas del repertorio de las Shangri-Las y otros girl groups, chicas atrapadas por amores complicados y enfrentadas a la moral dominante.

Paulatinamente, nos enteramos de que su imagen coincidía con su vida privada. Había un novio, luego marido, con nombre de villano: Blake Fielder-Civil. El padre, un taxista con vocación de cantante, también se convirtió en figura mediática: quería salvar a su hija de la adicción al crack, la heroína, el alcohol. Hubo broncas, visitas a la comisaría, declaraciones explosivas. El marido, dado a resolver violentamente discusiones, terminó en la cárcel y ella en una isla del Caribe, para alejarla de las malas influencias, mientras se tramitaba el divorcio. Aquello se convirtió en un reality show: se rodó un documental, luego libro, titulado Saving Amy (Salvando a Amy).

En realidad, el título más adecuado era el del segundo disco de los New York Dolls: Too much, too soon (Demasiado y demasiado pronto). Amy era un producto de la sofisticada industria inglesa del pop: entre los muchos colegios que conoció, había pasado por la BRIT School, una eficaz academia para futuras estrellas. A los 19 años, estaba bajo contrato con una discográfica, una editorial y una empresa de management. Sin embargo, no pudo aprender lo esencial: como sobrevivir a una fama repentina, de dimensiones globales, en los tiempos de la comunicación instantánea.

Durante la peor crisis de la industria musical, ella fue uno de los pilares de la multinacional Universal. La compañía hizo lo posible por estirar su arrollador éxito, publicando ediciones ampliadas tanto de Frank como de Back to black. De alguna manera, el consenso general en su círculo era que resultaría buena terapia empujarla a hacer un disco. Sus dos productores, Salaam Remi y Mark Ronson, lo intentaron pero se había evaporado la inspiración -Amy sí pudo participar en homenajes colectivos, interpretando temas ajenos- y se había perdido la motivación.

Por la brecha que ella abrió, se colaron otras cantantes británicas con educación en el soul y en el reggae: Lilly Allen, Duffy, Adele. Ellas evitaron los deslices de Amy, una chica flaquita que se vendía como despampanante sex symbol, con grandes ganas de divertirse e impermeable a las críticas. Es su desdicha que haya muerto unas semanas antes de cumplir los 28 años, lo que la sitúa de pleno en la leyenda urbana del club de los 27, el grupo de rock stars que desaparecen al llegar a esa edad.

En realidad, Amy pertenecía a otro club: era más bien la continuadora de vocalistas como Billie Holiday, Dusty Springfield, Nina Simone o Etta James. Algunas de ellas tuvieron hábitos tan peligrosos como los de Winehouse pero vivieron muchos años. En ningún libro estaba escrito que ella tuviera que morir ahora, tras hacer únicamente dos discos: cada drama tiene sus razones.

Solo dos discos

Frank, 2003. El título de su primer álbum era un homenaje a Sinatra. El disco obtuvo un éxito notable en Reino Unido: fue platino y recibió varias nominaciones a los premios británicos Mercury . Destaca el single Stronger than me.

 

Back to black, 2006. Supuso la consagración internacional de la artista. El disco, producido por Mark Ronson, se convirtió en triple de platino a las pocas semanas de su aparición. Winehouse compuso los diez temas del álbum. En la edición de los Grammy, ganó cinco premios de las seis candidaturas a las que optaba.

El viento de la Historia (Juan Forn P12)


El niño Eric Hobsbawm pasea con su niñera por las calles de Alejandría en el año 1918. Un pordiosero chino les pide una moneda. La niñera se la niega. El chino ignora a la niñera, mira fijamente a la criatura y le dedica una exquisita maldición de su país milenario: “Ojalá te toquen vivir tiempos interesantes”. Ochenta y cinco años después, cuando es un venerable historiador y se sienta a escribir sus memorias, sabe que ya tiene el título: Tiempos interesantes. En esas memorias, hace una breve enumeración de las cosas que presenció a lo largo del siglo que le tocó vivir y uno no puede dejar de pensar en aquel monólogo que recitaba el replicante en el final de Blade Runner, con la mirada perdida en la lluvia ácida que caía del cielo y el afán de dejar al menos ese testimonio de los inéditos fenómenos que habían contemplado sus ojos: “He visto atardeceres de dos lunas en Júpiter…” A los 86 años, Hobsbawm dice: “He visto cómo se extinguían de la faz de la tierra todos los imperios coloniales europeos, incluido aquel que llegó a ser el más vasto y poderoso de ellos durante mis años de infancia. He visto grandes potencias mundiales relegadas a jugar en las ligas inferiores. He visto la irrupción y la caída de un estado alemán que esperaba durar mil años, y también el nacimiento y el final de un poder revolucionario que amenazaba extenderse al mundo entero. He visto un tiempo en que la palabra capitalismo contaba con tan pocos votos como la palabra comunismo en la actualidad. Dudo de que llegue a ver el fin del imperio americano, pero puedo asegurar que algunos lectores de este libro habrán de presenciarlo”.

Como aquel replicante de Blade Runner, Eric Hobsbawm pertenece a una especie que debía ser eliminada (primero por mitteleuropeo, después por judío, después por marxista). Tuvo más suerte que el replicante de Blade Runner: sobrevivió largamente a la eliminación a sus compañeros de especie. Su inesperada longevidad terminó por darle status de venerable rara avis. El adjudica esa longevidad tan activa a que lo obligaron a arrancar tarde. Le cobraron peaje por sus “anomalías”: ser judío pobre en la República de Weimar y en la Alemania de Hitler, inmigrante indeseado en la Inglaterra en guerra con el Reich, marxista durante toda la Guerra Fría, antisoviético y antichino dentro del PC, antiespecialista en un mundo de especialistas, políglota en un mundo cada vez más anglófono, intelectual desvelado por los no intelectuales, anomalía dentro de anomalía dentro de anomalía. “Todo ello complicó mi vida como ser humano y paralizó mi carrera durante años, pero me ha representado una ventaja considerable como historiador”, dice él.

Agnes Heller dice que la Historia habla de los hechos vistos desde afuera y las memorias hablan de los hechos vistos desde adentro. Dos hechos marcaron tempranamente la vida de Hobsbawm: aquella maldición china y el descubrimiento entre los papeles de su padre (que murió quebrado cuando él tenía trece años, en plena hiperinflación berlinesa) de un cuestionario íntimo en donde el progenitor se preguntaba qué era la felicidad, esa entelequia que había perseguido sin éxito durante toda su corta vida, y se contestaba: la suerte de no tener mala suerte. Tiempos interesantes y mala suerte. De esa ecuación sale Hobsbawm. O, mejor dicho, de los inesperados beneficios de ambas cosas.

Por ser pelirrojo y de ojos azules, en Viena no le decían Jude sino Englander. En Inglaterra, en cambio, adonde lo enviaron cuando murió su madre (un año después que el padre), es simplemente “El Feo”. Pero si se hubiera quedado en Viena, habría terminado gaseado en los campos. El joven Hobsbawm refugia su fealdad afiliándose al PC británico (donde cantan: “Hasta que llegue la revolución, el amor es un sentimiento antibolchevique”). Pero cuando estalla la guerra es el único de sus camaradas de estudios y de militancia al que no eligen para el servicio secreto: no por extranjero ni por marxista; es el único que no sabe hacer el crucigrama del Times. Eso lo alejará porvidencialmente del caso de los dobles espías Kim Philby y Guy Burgess, pero lo dejará sin trabajo durante años. Cuando condena en un plenario del PC la represión soviética en Hungría en 1956, cree que el partido va a expulsarlo, pero son tantas las bajas que no le hacen nada. Y a él le da vergüenza abandonar el barco cuando todos lo hacen, así que conserva el carnet. “Quitarme de encima el sambenito de pertenecer al PC habría mejorado mis perspectivas profesionales. Pero sencillamente no quise hacerlo. Yo quería alcanzar el reconocimiento como comunista confeso. No defiendo esta forma de orgullo, pero no puedo negar su fuerza.”

Hobsbawm vio convertirse en pretérito casi todos los signos que definían y regían su presente, pero se descubrió providencialmente equipado para relatarlos porque, a diferencia de tantas otras víctimas de la Historia, él tuvo, como judío mitteleuropeo y como marxista anómalo, “tiempo de reflexionar acerca de la desintegración de un imperio y de una época, al ser una muerte largamente anunciada, en ambos casos”. Cuando todos los historiadores de su generación se retiraban o se morían, él siguió publicando libros, cada vez más sabios. En pleno auge del pensamiento neoconservador, cuando se aseguraba que habíamos llegado al fin de la Historia, Hobsbawm dijo que lo que había terminado era el siglo veinte nomás y logró que se hiciera canónica su manera marxista de ver el siglo (cuyo inicio fijó en 1917, con la Revolución de Octubre y su cierre, en la caída de la URSS en 1989). Después de la caída de las Torres Gemelas en 2001, dijo algo que repitió cuando mataron a Bin Laden hace meses: “El mundo necesita más que nunca a los historiadores, especialmente a los escépticos”. Si el pasado es otro país, era de rigor que un expatriado múltiple como él se convirtiera en su historiador por antonomasia.

Hobsbawm usa el raro prisma de su experiencia personal para buscar la real dimensión de las cosas en el laberinto de la Historia. De ahí su anomalía, su heterodoxia, su excentricidad; de ahí su ecuanimidad por momentos exquisita y por momentos casi inverosímil. En sus memorias, en sus reportajes, en su Era de los extremos, Hobsbawm nos cuenta el siglo veinte como si el propio siglo hablara de sí mismo, en una de esas sobremesas de trasnoche en que de golpe llega la hora de la sinceridad más descarnada: el siglo habla y todos sentimos que habla de nosotros. La única manera de que nos entre de verdad la Historia es entender que no es letra muerta, sino experiencia viva: que eso que pasó nos pasó a todos. Ese es el Efecto Hobsbawm para mí: alguien que sopla suavemente en nuestro oído y nos hace entender de golpe qué es el famoso viento de la Historia, cómo se vive en tiempos interesantes.

Gerardo Martínez: el espía que volvió para hundirse en su jacuzzi (Ricardo Ragendorfer. Miradas al Sur)


El titular de la Uocra fue agente del Batallón 601. Un supuesto homicidio precipitó su ingreso al organismo.

La entrevista tuvo lugar el 2 de julio de 2004 en un pequeño departamento situado en la calle Rodríguez Peña 279. Su único habitante, un tipo de mejillas hinchadas y mirada gris, ya había relatado algunos pasajes de su vida, antes de clavar los ojos en un punto indefinido del espacio; entonces dijo:
–¿Sabe quien trabajó como agente con nosotros en el Batallón 601?
Y sin esperar la respuesta, aportó un nombre: Gerardo Martínez, nada menos que el actual secretario general de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra).
El tipo, entonces, agregó:
–Fue fácil reclutarlo; ese muchacho tenía un homicidio encima.
El tipo remató la frase con una sonrisa.
Se trataba del ex capitán del Ejército Héctor Pedro Vergez, famoso por sus crímenes en el campo de concentración cordobés de La Perla.
En esa ocasión, también precisó que el sindicalista había ingresado a la Inteligencia militar a fines de 1981. Era difícil creerle. Es que el culto a la verdad no formaba parte de las virtudes de ese hombre. En consecuencia, el asunto pasó rápidamente al olvido. Sin embargo, el represor no había mentido.
Siete años después, el nombre del titular de la Uocra aparecería en el listado del personal civil que integró el Batallón 601. El martes pasado, otro gremio de la construcción y un grupo de organizaciones de derechos humanos le pidieron al juez federal Sergio Torres que determinase cuál fue su rol en la estructura militar que coordinó la aplicación del terrorismo de Estado durante la última dictadura.

El muerto en el placard. Es probable que, en febrero de 2010, Martínez haya exhalado una bocanada de alivio al constatar que su nombre no figuraba en la lista de agentes que el Ejército le entregó a la entonces ministra de Defensa, Nilda Garré, antes de que el Archivo Nacional de la Memoria (ANM) la difundiera públicamente. Con posterioridad, el ANM solicitó al Ministerio de Defensa una nueva lista, la cual fue remitida hace apenas dos meses; en ella hay 915 nombres que no figuraban en la nómina anterior. Esta vez, Martínez no tuvo suerte: sus datos –Gerardo Alberto Martínez, DNI Nº 11.934.882– figuran en el puesto 2798 de la llamada «Nómina del personal civil de inteligencia que revistó en el período 1976-1983».
El Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Construcción y Afines (Sitraic), la CTA, la Correpi y la Asociación de ex Detenidos Desaparecidos, entre otros organismos de derechos humanos, verificaron que el número del documento coincide con el del gremialista y presentaron el martes una denuncia en el juzgado de Torres para que investigue el rol del hombre fuerte de la Uocra en el esquema de la represión ilegal. Los querellantes reclaman puntualmente que se precise si Martínez cometió crímenes de lesa humanidad relativos a los casos de 105 trabajadores de la Uocra, desaparecidos durante la dictadura.
Miradas al Sur se comunicó el miércoles con la Uocra para preguntarle a Martínez si efectivamente había sido agente civil del Batallón 601. Y, de ser ello así, que explique cuáles habían sido sus funciones. La respuesta corrió por cuenta de uno de sus colaboradores:
El Negro por ahora no va hablar del tema.
–¿Pero trabajó a no en el Batallón 601?
–Mire, en esa época, Gerardo era muy pibe –dijo, antes de dar por concluida la conversación.
Tal vez en ese mismo instante, el secretario general mitigara los sinsabores del presente en el jacuzzi del baño con mármoles de Carrara, contiguo a su despacho de la avenida Belgrano al 1800. Quizás, entonces, su cerebro haya regresado a sus años mozos, cuando comenzaron los acontecimientos de los que ahora tendrá que dar cuenta.
Lejos de iniciarse en el gremio de la construcción como albañil –tal como consigna falsamente su biografía oficial–, ese hombre retacón que suele exhibirse en los mítines con trajes de Hugo Boss debutaría en el mundo laboral a los 22 años como empleado administrativo de la Uocra. Corría 1978; en ese entonces, el gremio estaba intervenido por los militares, y el joven Martínez sellaba formularios en una oscura oficina decorada con un inmenso retrato de Rogelio Coria, el legendario líder del sindicato ejecutado en 1975 por un comando montonero, al salir del consultorio médico en el que trataba su sífilis. Ya entonces, El Negro comenzaría a dejarse ver –en calidad de recadero– entre la dirigencia del gremio.
Si los dichos de Vergez se ajustan a la verdad, poco tiempo después se habría convertido en autor de un asesinato. Se ignora, desde luego, la identidad y el sexo de la víctima, como también si su muerte fue fruto de un delito común o resultado de una disputa sindical. Pero –según se desprende de lo contado por el represor– aquella vida que Martínez debía pudo haber sido la prenda de impunidad que obtuvo a cambio de su ingreso en el Batallón 601.
Allí conoció a por lo menos dos personajes que seguiría tratando a lo largo de su existencia: los agentes civiles Horacio Américo Barcos y Juan Daffunchio. El primero sería designado en 1996 por el propio Martínez como interventor de la seccional Tres Arroyos de la Uocra; actualmente, cumple en Santa Fe una condena de 15 años de prisión por su participación en delitos de lesa humanidad. El otro, a su vez, fue abogado de la filial santafesina de la Uocra.
El cuanto a las labores cumplidas por Martínez en el Batallón 601, no hay demasiada información. Es de esperar, claro, que el juez Torres lo indague por ello, además de cotejar la existencia de un posible vínculo entre él con las circunstancias por las cuales 105 compañeros suyos terminaron por engrosar la lista de desaparecidos.
Ya se sabe que en su infidencia al autor de esta nota, Vérgez sitúa el ingreso de Martínez al Batallón 601 a fines de 1981. En aquel entonces, la dinámica de los secuestros y asesinatos efectuados por los grupos de tareas habían mermado en un 70 por ciento. Lo cierto es que los ojos y oídos del régimen comenzaban a apuntar hacia otra dirección: el frente sindical. De hecho, Saúl Ubaldini ya operaba sobre la unidad de las corrientes gremiales opuestas a la dictadura y los dirigentes que, hasta entonces, habían mostrado una actitud conciliadora con los militares. Este proceso derivaría en la fundación de la CGT Brasil, a fines de 1980, y también en la primera huelga general contra el régimen. El 7 de noviembre de año siguiente –cuando Martínez ya era un orgánico del Batallón 601–, Ubaldini marchó a la cabeza de diez mil manifestantes frente a la iglesia de San Cayetano. Y el 30 de marzo de 1982, protagonizó una manifestación en Plaza de Mayo duramente reprimida. En semejante marco, la inserción de Martínez en la Uocra, uno de los gremios que participaron activamente de ese proceso, fue seguramente un elemento de gran valía para la Inteligencia militar, habida cuenta de que el espía ya era considerado como “uno de los jóvenes brillantes del ubaldinismo”, tal como consignó en esa época una nota del diario La Nación.

La vuelta del albañil al redil. Es probable –a pesar de no existir por ahora ninguna constancia al respecto– que el Batallón 601 haya desactivado al agente Gerardo Martínez en los tiempos inmediatamente posteriores al derrumbe de la dictadura. Sí, en cambio, se sabe que a partir de 1984, el Negro se volcó de lleno a la actividad gremial. Y con una carrera meteórica.
Tanto es así que durante los albores del alfonsinismo, se convirtió en ladero del entonces secretario general del gremio, Alejo Farías. Por cuenta de éste haría algunas tareas poco simpáticas, como ordenar en 1986 la intervención de la filial neuquina de la Uocra, para lo cual recurrió a la represión policial.
El gran salto lo dio en 1990, cuando fue elegido secretario general del gremio. Entonces se sumó a la CGT San Martín, integrada por los dirigentes menemistas más recalcitrantes. A partir de entonces, este taurino, hincha de Boca, esposo ejemplar y padre de tres hijos, comenzó a tocar el cielo con las manos. Tras la reelección de 1995, el Negro, quien ya solía compartir la mesa del Presidente en el restaurante Fechoría –el nombre es una pura casualidad–, accedió a la conducción de la CGT. Desde aquel sitial, participaría activamente en el desguace del Estado. El fin de la década menemista lo sorprendió con un escándalo: sus hombres de confianza en el gremio fueron penalmente denunciados por extorsionar a empresarios.
Actualmente, en paralelo a la dirección de la Uocra, también funge como secretario de Administración de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Sinuoso como una anguila, a fines de 2010 su nombre comenzó a sonar como posible candidato para suceder a Hugo Moyano. Quien impulsaba llegada a la cúspide de la central obrera fue nada menos que el operador político de Techint, Luis Betnaza. Pero algo falló.
El 15 de mayo, una nota de Horacio Verbitsky en Página 12 deslizó la primera señal de que el Poder Ejecutivo poseía “un informe descalificatorio sobre la actuación de Martínez durante la dictadura militar”.
Ahora todo indica que su su próximo paso será sentarse en el banquillo de los acusados.

Los dos juicios de Galileo (Leonardo Moledo. P12)


El Vaticano anunció una magna exposición de documentos históricos, cuya pieza estrella serán algunos de los documentos relacionados con el proceso a Galileo que en 1633 llevó adelante la Inquisición, o Santo Oficio, que mucho más tarde cambió su nombre por el apenas más decoroso de Congregación para la doctrina de la Fe, que hasta su coronación presidió nada menos que Don Ratzinger. El proceso fue fuente de inspiración de obras de teatro y fuente también de ríos de tinta: durante el papado de Wojtyla (apropiadamente llamado Juan Pablo II), finalmente se reivindicó a Galileo, solamente doscientos y pico de años después, y ahora hasta se publican los documentos de ese grandioso papelón que pasó la Iglesia (y que no terminó en tragedia debido a la razonable actitud de Galileo al retractarse y salvar su cuerpo de la tortura y su vida de la hoguera).

El proceso tuvo dos tiempos, en realidad: el primero en 1616, en el que ofició de Gran Inquisidor el cardenal Bellarmino, y un segundo tiempo en 1633, en el que Galileo fue condenado a prisión de por vida, pronto conmutada por prisión domiciliaria en la Villa de Arcetri, donde estuvo sometido a vigilancia permanente. No demasiado estricta, por otra parte, ya que pudo escribir uno de sus grandes libros y filtrarlo, así como recibir visitas y mantener correspondencia con múltiples científicos europeos.

El primer asalto de 1616 no terminó en nada concreto; Bellarmino no era ningún imbécil y todo terminó en una vaga (según Galileo) y firme (según los inquisidores de 1633) advertencia y prohibición de enseñar el sistema copernicano, salvo como “un recurso matemático”, y sin visa alguna de verosimilitud. El proceso de 1633 ya fue otra cosa: la Iglesia se había pronunciado abiertamente contra la astronomía heliocéntrica y era herejía ya no sólo enseñarla sino creer en ella, y se le exigió a Galileo no sólo arrepentirse de haber creído en ella, sino hacerlo “sinceramente”, para lo cual se le mostraron los aparatos de tortura, y se le explicó para qué servía cada uno de ellos: una siniestra farsa que sólo por un pelo no terminó de la manera más horrible (como había sido el caso de Giordano Bruno) gracias a la lucidez de Galileo. Desde ya, fue una de las tantas y siniestras muestras de intolerancia de la Iglesia Católica, que rechazó y prohibió el sistema que sólo medio siglo más tarde se consagraría de manera irrefutable con la obra de Newton. En verdad, en 1616, la Iglesia estaba fundamentalmente preocupada por controlar cómo se enseñaba la realidad; en 1633, ante los fracasos de la Contrarreforma, ya estaba preocupada por controlar cómo era la realidad.

Pero hay algo más sobre el juicio a Galileo: por un lado está el papelón de condenar la teoría copernicana, una teoría ya adornada por las tres leyes de Kepler y que estaba siendo aceptada en Inglaterra y Holanda, por poner un par de ejemplos, y que en poco tiempo más se vería coronada de manera definitiva por Newton; Galileo tenía razón frente a lo retrógrado de la postura papal. Sí. Pero… ¿y si Galileo hubiera estado equivocado, qué? ¿En ese caso la intolerancia hubiera tenido su costado razonable o disculpable?

Al fin y al cabo, la idea de libertad de pensamiento es relativamente nueva: se remonta no mucho más allá de la Revolución Francesa. ¿Es legítimo condenar un acto de intolerancia del siglo XVII con los parámetros actuales? ¿No es una falacia juzgar hechos pasados con valores presentes? ¿Puede uno horrorizarse ex post de la represión en una época que ni soñaba con la libertad de pensamiento como un derecho? ¿O de la recurrencia a la tortura, cuando ésta era parte legal de los procesos judiciales y faltaba bastante para que se publicara el alegato Dei delitti e delle pene, de Beccaria, que cambió el pensamiento jurídico para siempre?

Yo creo que decididamente sí: es difícil tomar aquellos horrores como simplemente epocales; al fin y al cabo, si se utilizaban eran precisamente porque se los consideraban horrores, inseparables del castigo. Además, no eran para nada universales: Holanda, en gran medida Inglaterra, y hasta la República de Venecia (por no hablar de Toscana, donde Galileo era ampliamente aceptado) tenían hacia el pensamiento actitudes muy distintas (no así hacia la tortura en los procesos judiciales, aunque, vale la pena recordar, el mismo derecho romano prohibía la tortura –a los ciudadanos, claro está; los demás podían ser torturados libremente–). Por otra parte, no está de más recordar que el pensamiento intolerante es bastante más actual de lo que uno desearía.

Así pues, hay dos juicios a Galileo: uno es el científico, en el que la Iglesia hizo más o menos lo mismo que lo que haría (sí que con mucho menos poder) con Darwin apenas dos siglos y monedas más tarde. El otro es la represión a la disidencia y la discordancia: el primero no hace sino volver más nítido y más repudiable y repugnante el segundo. Del primero, el Vaticano se retractó. Del segundo, no.

¿Votar a CFK es un “mal menor”? (LVO 435)


La reciente victoria de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires alienta la idea de que es necesario apoyar al kirchnerismo -como mal menor- frente al fantasma del crecimiento de una derecha reaccionaria. Incluso compañeros, y hasta intelectuales, que simpatizan con la izquierda, a su vez, acompañan una lógica semejante. El operativo “mal menor” será utilizado nuevamente para las primarias del 14 de agosto.

La idea del “mal menor” parte de un principio equivocado que desplaza las definiciones políticas de clase para reconocer en el kirchnerismo una fuerza que se opone a la derecha reaccionaria, aunque comparta con ella métodos e intereses. Considera que el gobierno kirchnerista ha enfrentado en algún punto a las corporaciones y que apela a las organizaciones sociales en su apoyo. Son expectativas que ocultan el papel fundamental del kirchnerismo en la recomposición del régimen político y de la fuerza del Estado capitalista. Ya en 2007 vimos que Cristina, cuando el kirchnerismo abandonaba su debilidad de origen y obtenía una abrumadora victoria electoral -poco antes de la disputa con las patronales agrarias- ordenaba la represión contra los obreros de Mafissa y los trabajadores del Casino Flotante que enfrentaban al capitalista amigo del gobierno, Cristóbal López.

Históricamente, la oposición política a un gobierno de derecha reaccionario es encarnada por la movilización popular. La cooptación política del kirchnerismo de una parte de los movimientos sociales y de derechos humanos ha resultado en su corrupción y esterilización como organizaciones de lucha democrática y del pueblo pobre. El objetivo político del kirchnerismo fue domesticar y desviar la movilización popular. Esto permitió el crecimiento de los planteos reaccionarios de la derecha. Los que abandonan una lectura de clase en favor de la lógica del “mal menor “chocan con la realidad de que el cristinismo, como “fase superadora” del kirchnerismo, busca desprenderse de la alianza con los movimientos sociales y los sindicatos y se propone una fase más institucional y de restauración del orden público. Por eso no es de extrañar que la agenda de orden y seguridad de la derecha reaccionaria haya colonizado al kirchnerismo de la Capital, que con el operativo Cinturón Sur, lleva adelante el programa de responder con militarización a la pobreza. Esto ya había comenzado en la provincia de Buenos Aires con el operativo Centinela. Mientras, con la represión a los docentes y petroleros de Santa Cruz se lleva adelante el objetivo de limpiar las rutas y calles de movilizaciones y piquetes, tal como piden los capitalistas.

Votar al “mal menor” es llamar a fortalecer una especie de bonapartismo del Ejecutivo Nacional para combatir la amenaza de una derecha reaccionaria. Es apoyar una política para fortalecer la fuerza del Estado capitalista. La resultante inevitable es un cercenamiento de las libertades democráticas que ya, con las primarias de agosto, busca proscribir a la izquierda revolucionaria que representa la lucha y organización independiente de la clase obrera, la juventud y el pueblo pobre.

El mérito del Frente de Izquierda se basa en su programa de independencia política de los explotados, que denuncia el contenido de clase de las políticas patronales en disputa. En que es la expresión de la vanguardia militante de los trabajadores y la juventud para enfrentar cualquier intento de ataque de la patronal, el gobierno o la derecha.