Los droits de l’homme, los derechos del hombre, en cuanto tales, se distinguen así de los droits du citoyen, de los derechos del ciudadano. ¿Quién es el homme distinto del citoyen? Ni más ni menos que el miembro de la sociedad burguesa. ¿Por qué al miembro de la sociedad burguesa se le llama «hombre», simplemente hombre, y por qué sus derechos se llaman derechos del hombre? ¿Cómo se explica esto? Podemos explicarlo remitiéndonos a las relaciones entre el Estado político y la sociedad burguesa, a la ausencia o a la falta de la emancipación política.
Categoría: filosofia
La técnica de un crítico en trece tesis. (Walter Benajmin)
I. El crítico es un estratega en el combate literario.
II. Quien no pueda tomar partido, debe callar.
III. El crítico nada tiene que ver con el exégeta de épocas artísticas pasadas.
IV. La crítica debe hablar el lenguaje de los artistas. Pues los conceptos del cénacle son consignas. Y sólo en las consignas resuena el grito de combate.
V. La ‘objetividad’ deberá sacrificarse siempre al espíritu de partido cuando la causa de combate merezca realmente la pena.
VI. La crítica es una cuestión moral. Si Goethe no comprendió a Hölderlin ni a Kleistm ni a Beethoven y Jean Paul, esto no atañe a su comprensión del arte, sino a su moral.
VII. Para el crítico, sus colegas son la instancia suprema. No el público. Y mucho menos la posteridad.
VIII. La posteridad olvida o enaltece. Sólo el crítico juzga en presencia del autor.
IX. Polémica significa destruir un libro citando unas cuantas de sus frases. Cuanto menos se lo haya estudiado, mejor. Sólo quien pueda destruir podrá criticar.
X. La verdadera polémica aborda un libro con la misma ternura con que un caníbal se guisa un lactante.
XI. El entusiasmo artístico le es ajeno al crítico. En sus manos, la obra de arte es el arma blanca en el combate de los espíritus.
XII. El arte del crítico in nuce: acuñar consignas sin traicionar las ideas. Las consignas de una crítica insuficiente malbaratan el pensamiento en aras de la moda. XIII. El público deberá padecer siempre injusticias y, no obstante, sentirse siempre representado por el crítico.
La posición de Trotsky sobre el antisemitismo, el sionismo y las perspectivas de la cuestión judía – Mario Kessler
Este articulo fue traducido y publicado originalmente por los camaradas de Diagonal marxista; http://marxismoendiagonales.wordpress.com/ Lo reproduzco por su importancia y porque es parte de la temática que este mismo blog aborda.
Traducción de Guillermo Crux.
Publicado originalmente en http://marxismoendiagonales.wordpress.com/2012/12/04/la-posicion-de-trotsky-sobre-el-antisemitismo-el-sionismo-y-las-perspectivas-de-la-cuestion-judia-mario-kessler/
La relevancia de Trotsky hoy.
El antisemitismo, el sionismo y la cuestión judía no constituyeron un tema central en los escritos de León Trotsky. Sin embargo, su actitud ante este problema es de importancia para el lector actual, con respecto a posiciones representativas dentro de la izquierda y a la preocupación de Trotsky por la cuestión nacional en general.(1)
La actitud de Trotsky sobre la cuestión judía era la de la mayoría de los revolucionarios judíos asimilados de Rusia, hacia el año 1900. Por esa época, predominaba la visión de que una transformación mundial del capitalismo hacia el socialismo, posible en un futuro no lejano, podría eliminar en Rusia (y en otros países de la “diáspora” judía) todas las barreras sociales que segregaban a judíos de no-judíos. El proceso de asimilación impuesto por el capitalismo debe alcanzar un nivel superior en una sociedad socialista, como parte de un proceso mundial de asimilación. Este proceso no debería excluir a ninguna nación. En consecuencia, Lenin consideraba la mejor integración posible de los judíos en las filas del movimiento socialista como un requisito previo y como parte de una política revolucionaria eficaz para resolver la cuestión judía.
Por el contrario, la Unión General de Trabajadores Judíos de Rusia, Polonia y Lituania (el Bund), negaba la posibilidad de una integración de los judíos de Europa Oriental por medio de la asimilación. Lo único factible sería el desarrollo nacional de los judíos, tanto dentro como fuera del movimiento obrero. Desde ese punto de vista, el Bund se oponía fuertemente al sionismo, incluso de forma aguda que otros socialdemócratas. Cabe señalar que no fue la concepción nacional del Bund en sí misma, sino la actitud separatista en cuanto a la organización del partido, la razón del conflicto con los bolcheviques y sobre todo con Lenin.(2) Estos diferentes puntos de vista se basaban en la concepción de que había que resolver la cuestión judía en los países donde vivían los judíos, no en Palestina. La emigración propuesta por los sionistas no podían sustituir la lucha por la emancipación de los judíos en sus respectivos países.
El sionismo
Todos los críticos socialistas del sionismo interpretan las diferencias fundamentales dentro del movimiento sionista hacia el año 1903 como la crisis decisiva del sionismo. En ese momento, el sexto congreso sionista en Basilea se caracterizó por profundas contradicciones existentes entre la mayoría de los participantes, que veían a Palestina como el único territorio donde se podía resolver la cuestión judía, y la minoría, que veía como alternativas al África Oriental Británica o a la Argentina. Al igual que los bundistas, (3) Trotsky pronosticaba la derrota final del sionismo. El 1° de enero de 1904 escribió en el órgano del partido, Iskra (La Chispa) que el santo y seña de una patria sionista había quedado expuesto como lo que era: el sueño reaccionario de un “aventurero sinvergüenza” (Herzl).(4) “Herzl prometió Palestina – pero no se la entregó [a los sionistas – MK] “. De hecho, el efecto de la propuesta del congreso sionista fue hundir al movimiento en una crisis de la que no pudo recuperarse. “Es imposible“, señaló Trotsky, “mantener vivo al sionismo por este tipo de engaños. El sionismo ha agotado su contenido miserable…. Decenas de conspiradores y cientos de ingenuos todavía pueden seguir apoyando las aventuras de Herzl, pero el sionismo como movimiento ya está condenado a perder todo su derecho a la existencia en el futuro.” Para Trotsky todo esto estaba “tan claro como el mediodía“.
Pero Trotsky predecía que una izquierda sionista encontraría inevitablemente su camino hacia las filas del movimiento revolucionario; por lo demás, el Bund se convertiría en su hogar político. Esta organización, a pesar de ser anti-sionista, se parecería cada vez más a los sionistas al destacar todos los asuntos judíos. Sería muy posible que el Bund heredara las ideas sionistas.
Casi noventa años después, vemos que esta predicción era errada. El Bund siguió siendo un ferviente crítico del sionismo. Trotsky no podía prever el hecho de que una futura izquierda sionista (en particular, una parte del Poale Zion) adoptaría la posición bundista anti-sionista y de “nacionalismo de la diáspora”. La cuestión de si, en condiciones diferentes, el Bund debería haber hecho algunas concesiones al sionismo con el fin de absorber algunos sionistas desencantados sigue sin responderse. Pero en ese momento era casi impensable.
Stalin y el antisemitismo
Sólo tres décadas más tarde Trotsky le prestaría la misma atención al sionismo. Hasta ese entonces se vio involucrado algunas en problemas judíos: durante la revolución de 1905 (5), en el asunto Beilis (cuando un obrero judío fue acusado de un asesinato ritual en Kiev) en 1913 (6), y durante los disturbios antisemitas en Rumanía en ese mismo año.(7) Siendo comandante del Ejército Rojo, reprimió las actividades pogromistas durante la Guerra Civil (8), y siempre se opuso a los restos del viejo antisemitismo ruso y a la aparición de un nuevo antisemitismo soviético (9). Por ese motivo, se sintió abrumado cuando en 1926 se dio cuenta de los primeros indicios de que se tomaba en cuenta su propio origen judío, particularmente en las luchas al interior del partido. Parte de los procedimientos con que Stalin derrotó a la Oposición Unificada, fue visibilizar el hecho de que sus principales figuras eran judíos (10). En una carta a Bujarin, el 4 de marzo de 1926, Trotsky protestó contra el trasfondo antijudío de una campaña de rumores: ¿Es cierto, es posible, que en nuestro Partido, en Moscú, en las CÉLULAS OBRERAS, se lleve a cabo agitación antisemita con impunidad?(11)” Bujarin, aunque se sorprendió seriamente, no contestó. (12)
Tras las revueltas de agosto de 1929 en Palestina, y especialmente después de que el fascismo se estableció en Alemania, y con la nueva ola de emigración a Palestina, Trotsky se enfrentó a las nuevas dimensiones de la cuestión judía y con las diversas propuestas para solucionarla, incluyendo el sionismo. En febrero de 1934 concedió una entrevista al periódico trotskista norteamericano The Class Struggle.(13) Ante la pregunta de si los disturbios en Palestina, donde se enfrentaban militantes árabes y judíos, representaba un levantamiento de las masas trabajadoras oprimidas árabes, Trotsky respondió que no conocía lo suficiente del tema como para determinar hasta qué punto estaban presentes “elementos que luchan por la liberación nacional (antiimperialistas)” y en qué grado estaban involucrados “musulmanes reaccionarios y pogromistas antisemitas“.
También se le preguntó si el antisemitismo del fascismo alemán debería obligar a los comunistas a adoptar un enfoque diferente sobre la cuestión judía. Trotsky dijo que tanto el Estado fascista en Alemania, así como la lucha entre árabes y judíos volvían a mostrar con mucha claridad el principio de que la cuestión judía no se podía resolver en los marcos del capitalismo:
“Yo no sé si los judíos se reconstruirán como una nación. Sin embargo, no puede haber ninguna duda de que las condiciones materiales de la existencia de los judíos como una nación independiente sólo se podrán efectuar por medio de la revolución proletaria. No hay tal cosa en nuestro planeta como la idea de que uno tiene más derecho a la tierra que otro. El establecimiento de una base territorial para los judíos en Palestina o en cualquier otro país sólo es concebible con la migración de grandes masas humanas. Sólo un socialismo triunfante puede tomar esa tarea.”

Trotsky añadió que “el callejón sin salida en el que se encuentran los judíos alemanes, así como el callejón sin salida en el que se encuentra el sionismo están inseparablemente ligados al callejón sin salida del capitalismo mundial, como un todo. Sólo cuando los trabajadores judíos vean claramente esta relación podrán evitar caer en el pesimismo y la desesperación“.
Trotsky en México
Después de su llegada a México en enero de 1937, Trotsky dio varias declaraciones sobre el sionismo, la cuestión de Palestina y los asuntos judíos en medio del crecimiento mundial del anti-semitismo. En una entrevista con varios corresponsales de la prensa judía, dijo que: “el conflicto entre los judíos y los árabes en Palestina adquiere un carácter cada vez más trágico y más amenazante. Yo no creo en absoluto que la cuestión judía se pueda resolver en el marco de la podredumbre del capitalismo y bajo el control del imperialismo británico” (14).
En julio de 1940, un mes antes de su asesinato, Trotsky advirtió, frente al giro crecientemente anti-sionista de la política de la administración británica en Palestina, que “el intento de resolver la cuestión judía a través de la migración de los judíos a Palestina hay que verlo como lo que es: una burla trágica al pueblo judío. Interesados en ganarse la simpatía de los árabes, que son más numerosos que los judíos, el gobierno británico ha alterado drásticamente su política hacia los judíos, y de hecho ha renunciado a su promesa de ayudarlos a encontrar su “hogar propio” en un país extranjero. El desarrollo futuro de los acontecimientos militares pueden llegar a convertir a Palestina en una trampa sangrienta para cientos de miles de judíos. Nunca se vio tan clara como hoy en día que la salvación del pueblo judío está ligada inseparablemente al derrocamiento del sistema capitalista” (15).
Durante el apogeo del terror estalinista en 1937, las esperanzas de Trotsky de una solución justa de la cuestión judía, al menos en la Unión Soviética, desaparecieron. En su ensayo “El Termidor y el antisemitismo”, señaló que la burocracia, como la fuerza social más regresiva y reaccionario, se aprovecharía de los peores prejuicios, incluyendo el anti-semitismo. En la búsqueda de chivos expiatorios, la burocracia seguiría el camino de las Centurias Negras zaristas. En cuanto a los juicios-farsa y las campañas de represión, donde se resaltaban los nombres judíos de numerosas víctimas, Trotsky escribió: “No hay un sólo ejemplo en la historia en el que la reacción que sigue a un levantamiento revolucionario no venga acompañada por las pasiones chauvinistas más desenfrenadas, entre ellas el antisemitismo” (16).
Este ensayo permaneció inédito en vida de Trotsky, tal vez con el fin de evitar una ofensiva triunfal de propaganda nazi. Mucho mejor y mucho antes que cualquier otro escritor socialista (con la posible excepción de August Thalheimer) (17) Trotsky vio muy claramente la naturaleza de clase y la destrucción mortal del fascismo de Hitler.(18) Después de la llamada “Noche de los Cristales”, señaló en un pasaje notable y conmovedor de una carta a los camaradas norteamericanos, el 22 de diciembre de 1938: “Se puede imaginar sin dificultad lo que les espera a los judíos ya desde el estallido de la próxima guerra mundial. Pero incluso sin guerra, el próximo desarrollo de la reacción mundial significará con certeza el exterminio físico de los judíos“(19).
Enfrentando al nazismo
Ya enfrentando al nazismo, Trotsky lo veía como un fenómeno que agitaba y reunía todas las fuerzas de la barbarie que acechaban bajo la delgada superficie de la sociedad de clases “civilizada”. Tenía una extraordinaria visión de la barbarie que amenazaba con hundir Europa. Pero Trotsky no fue el único que buscaba una solución de lo que se llamó la cuestión judía en un contexto de transformación de la sociedad capitalista en socialista. Esto era desde mucho tiempo atrás el leitmotiv de todos los marxistas, incluyendo los que siguieron la línea estalinista de la Tercera Internacional.
La obra de referencia para el público lector de la Internacional Comunista fue, desde su publicación en 1931, el libro de Otto Heller Der Untergang des Judentums (La ruina del judaísmo). Su segunda edición alemana apareció inmediatamente antes de que los nazis tomaran el poder. Según Heller, el título, bastante extraño, se refiere a la desaparición del comerciante judío y todo lo relacionado con su existencia, que comenzó con la Revolución Francesa y la victoria del capitalismo en Occidente. Esto, a su vez, destruyó las condiciones para un estilo de vida judío separado. A falta de territorio, los judios no eran una nación dentro de los países donde vivían. En la Unión Soviética, todavía eran sin duda los herederos de una nacionalidad. La Unión Soviética no se opuso a su asimilación, ni los obligó a establecerse en una región compacta.
Sin embargo, en la península de Crimea, y también, especialmente, en Birobidzhán, cerca del río Amur en el Lejano Oriente soviético, le ofreció a los judíos la oportunidad de “crear aquí su unidad administrativa socialista autónoma, que aún no existe”, escribía, apologéticamente, Heller. (20) Él, como tantos propagandistas, antes y después, dibujaron una imagen idealizada de la situación en la URSS, la imagen de una familia socialista de las naciones. Una vez que el problema judío supuestamente se había resuelto en la Unión Soviética en realidad seguía existiendo “una verdadera cuestión judía, actualmente en el este y el sur de Europa, en las áreas socialmente atrasadas“. (21) Heller escribió estas líneas en vísperas de la toma del poder por parte de Hitler. Tenía tan poca idea de las horribles consecuencias de ese acto, como el partido al que pertenecía, el Partido Comunista de Alemania (KPD), que no pudo resistir la marcha constante de la reacción y la barbarie que se apoderó del continente.
En los primeros años del Partido Comunista alemán
En los primeros años del KPD había muchos intelectuales judíos entre los líderes del Partido (Rosa Luxemburg, Paul Levi, August Thalheimer, y poco más tarde Ruth Fischer, Arkadi Maslow, Werner Scholem, Iwan Katz y Arthur Rosenberg), pero esto no era resaltado públicamente. A lo largo de todos sus cambios de dirección política, el KPD se aferró al análisis marxista tradicional de la cuestión judía, es decir, apoyó la asimilación como la mejor manera de alcanzar la emancipación de los judíos y se opuso fuertemente al sionismo. También se aferró al axioma de los socialdemócratas alemanes de antes de la Primera Guerra Mundial: “La liberación de los trabajadores de la explotación capitalista y la emancipación de los judíos de la discriminación política son dos caras de la misma moneda” (22) Pero al pedirles a los judíos que abandonen sus tradiciones religiosas y culturales, que se asimilen, dejando de dar sustento al anti-semitismo, el movimiento obrero estaba aceptando “la discriminación contra los judíos practicada por los poderes conservadores realmente existentes, porque la Constitución del Imperio alemán sólo le garantizaba igualdad a los judíos como individuos, pero discriminando a la religión judía … a diferencia de las iglesias cristianas“. (23)
Aunque esto cambió con la Constitución de Weimar, en la primera democracia parlamentaria alemana la administración del Estado seguía firmemente en manos de una burocracia conservadora, que se opuso con vehemencia no sólo a la emancipación judía, sino también a un fuerte movimiento obrero democrático. Las élites tradicionales ahora debían utilizar máscaras democráticas, pero en todas las crisis de la República pusieron su dinero en fuerzas anti-democráticas, en última instancia, en el Partido Nazi. Estas clases y una pequeñoburguesía pauperizada y radicalizada estaban vinculadas cada vez más firmemente por un anti-semitismo cada vez más cargado de un pensamiento anti-comunista y pseudo-igualitario. Esta asociación fue ignorada o minimizada, no sólo por los comunistas y socialistas, sino también por la mayor parte de la centro izquierda, con la honrosa excepción del círculo Weltbühne.
“Nacional bolchevismo”
La prensa del partido tomó una posición firme y polémica contra la difusión de las tendencias antisemitas entre la clase media proletarizada después de la Primera Guerra Mundial. (24) Incluso durante su etapa “nacional bolchevique” en 1919, y sus guiños a los desesperados nacionalistas de derecha tras el “discurso Schlageter” de Karl Radek (25), el KPD se seguía definiendo en contra de todo tipo de antisemitismo. Sin embargo, al mismo tiempo, dentro del propio partido había signos de sentimientos antisemitas. Una preocupada Klara Zetkin escribió a la IX° Conferencia del KPD en marzo de 1924: “La ‘izquierda’ mayoritaria del Partido combina fraternalmente muchos amigos del KAPD [Partido Obrero Comunista, ruptura ultraizquierdista del KPD, nota del trad.] sindicalistas, anti-parlamentarios y, se ve a la luz – horribile dictu – incluso reformistas y, últimamente, fascistas antisemitas” (26) Durante la conferencia del partido un seguidor anónimo de Heinrich Brandler declaró: “Hay una cierta resaca anti-semita en el partido” (27) Pero en ningún momento estas tendencias dictaron la actitud del KPD hacia la cuestión judía.
Esto ni siquiera fue así incluso en 1924 cuando, bajo los comunistas en Baviera y Alemania central, levantó cabeza una especie de antisemitismo lumpenproletario y anti-capitalista y halló eco en panfletos y periódicos locales como el Klassenkampf (Lucha de clases) de Halle. (28) Por motivos oportunistas de política cotidiana, el Partido sentía que tenía que tener en cuenta el resentimiento antisemita de sectores de la pequeña burguesía y el proletariado que quería conquistar para el KPD. En un discurso pronunciado el 25 de julio 1923 ante comunistas y estudiantes “estrechamente nacionalistas” Ruth Fischer dijo:
“¿Ustedes están protestando contra el capitalismo judío, caballeros? Cualquiera que proteste contra el capitalismo judío, señores, ya es un guerrero clasista, lo sepa o no. Ustedes están en contra del capitalismo judío y quieren barrer a los corredores de bolsa. Eso está bien. Señalen a los capitalistas judíos, cuélguenlos de las farolas, pisotéenlos, a Stinnes, a Klockner …. ” (29)
También hubo ejemplos de pensamiento antisemita en el órgano del partido, Die rote Fahne (La Bandera Roja), como por ejemplo, el darle al vicepresidente (judío) de la policía de Berlín, Bernhard Weiss, el nombre de pila de resonancia judía “Isodor”, una práctica que luego sería retomada y ampliada por los nazis. (30)
La única vez antes de 1933 (después de los acontecimientos en Palestina, en agosto de 1929), en que la dirección del KPD habló directamente sobre el sionismo, claramente mostró su falta de familiaridad con los diversos aspectos de la cuestión judía. Al hablar en una reunión del Comité Central, celebrada los días 24 y 25 de octubre de 1929, Hermann Remmele admitió que “dentro del partido … se conoce poco el papel desempeñado allí por la Comintern, el movimiento revolucionario del comunismo. Nuestro partido [el Partido Comunista de Palestina – MK] tiene 160 miembros en Palestina, 30 son árabes, y los otros 130 son sionistas. Es claro que este partido no puede tener el tipo de actitud que exige la ley de la Revolución. Obviamente el pueblo oprimido que, en las condiciones actuales, puede proporcionar el elemento revolucionario, no puede ser otro que los árabes.” (31)
Casi no hay una sola palabra que no esté mal aquí. Además de la utilización indiscriminada de “judíos” y “árabes”, la afirmación de que los miembros judíos del Partido eran sionistas era una distorsión completa de los hechos. El KPD debería haber sido consciente de esto. De ello se desprende que la Rote Fahne haya interpretado las posiciones, que eran nacionalistas en ambos lados, como una lucha anti-imperialista desde el bando árabe, sin criticar de ninguna manera la política de su dirección feudal-clerical. (32) Sin embargo, otras publicaciones con simpatías comunistas fueron más capaces de diferenciar. (33)
Un año más tarde, en su folleto Sowjetstern oder Hakenkreuz? (“¿La estrella soviética o la esvástica?”), Remmele fue muy crítico con el antisemitismo nazi. Creyó, erróneamente, que ese antisemitismo era una farsa, y que Hitler y sus cómplices harían una gran muestra de antisemitismo, pero a la larga llegarían a acuerdos con los capitalistas judíos y no judíos por igual. (34) Una serie de informes de prensa apoyaron esta interpretación (35), lo cual que no impidió que el KPD (principalmente a través de la sección alemana del Socorro Rojo Internacional, en el que tuvo una influencia considerable) ayudara a las víctimas del antisemitismo, en su mayoría judíos que habían emigrado hacia Alemania desde Europa Oriental. (36)
Después de 1933
El año 1933 fue testigo de la destrucción de las ilusiones de los comunistas sobre el alcance y los resultados de la toma del poder por parte de los nazis. El proscripto Partido ahora pasaba a condenar la persecución nazi contra los judíos en todas sus formas. (37) Sin embargo, no fue hasta la “Reichskristallnacht” [la serie de pogromos antijudíos coordinados en una noche en toda Alemania y parte de Austria, nota del trad.], del 9 de noviembre de 1938 que la dirección del Partido se dio cuenta de que el nazismo era un peligro no sólo para los judíos, sino para toda la civilización mundial. Sin embargo, incluso en su declaración “Gegen die Schmach der Judenpogrome” (Contra la vergüenza de los pogroms antijudíos) de noviembre de 1938, el KPD sobreestimó la solidaridad del pueblo alemán con los judíos perseguidos y subestimó la disposición de muchas personas a participar en la persecución y el saqueo de la propiedad judía. (38) Al mismo tiempo, en la prensa de los emigrados, Walter Ulbricht [quien después de la guerra sería el máximo líder del régimen estalinista de Alemania Oriental hasta su muerte, en 1973, nota del trad.] tomó partido por el bando judío en el conflicto de Palestina. Este es el mismo Walter Ulbricht, que en 1967, en la guerra árabe-israelí, era incapaz de ver divisiones de clase, sino simplemente una lucha entre estados árabes progresistas contra un Israel dirigido por los imperialistas. (39)
Los pequeños grupos marxistas – el Partido Comunista de Alemania-Oposición (KPDO) [ligado a la fracción comunista de derecha de Bujarin, nota del trad.], el Partido Obrero Socialista (SAP) [ruptura por izquierda del partido socialdemócrata, nota del trad.], y los trotskistas – hicieron todo lo posible para abrir los ojos de los alemanes frente a la destrucción mortal del fascismo de Hitler. Después de la llegada al poder de los nazis, hicieron todo lo posible para denunciar su comportamiento abominable, sobre todo en lo que respecta a los judíos. Sin embargo, el reformista Partido Socialdemócrata (SPD)(40), y, especialmente, el KPD estalinista, fueron sordos y ciegos a sus advertencias. El KPD y el SPD se dedicaron principalmente a una guerra burocrática interna.
El Holocausto
Nadie había visto con tanta claridad como Trotsky la horrible posibilidad del Holocausto. Ahora, frente al asesinato en masa de los nazis, Trotsky proponía la migración de los judíos de Europa – de un continente cada vez más ensombrecido por la esvástica. Aún así criticó el método sionista de resolver la cuestión judía como utópico y reaccionario, aunque modificando ligeramente sus argumentos. Él consideraba la existencia de una “nación judía”, que aún carecía de una base territorial. (41) Pero Palestina seguía siendo para él “un espejismo trágico, y Birobidzhán [la “Región Autónoma Judía” soviética- MK] una farsa burocrática“. (42) Sin embargo, podría haber una migración dentro de una federación socialista, como escribió Trotsky en “El Termidor y el antisemitismo”. (43) Para Trotsky seguían abiertas las perspectivas y posibilidades de la asimilación judía. Al autor del presente ensayo le parece que su perspectiva negativa sobre la existencia judía en las sociedades capitalistas, se basaba en su visión revolucionaria global de un próximo derrocamiento del “capitalismo en descomposición” en lugar de ser el producto de un “espíritu de época”.
Pero el sistema capitalista no se derrumbó después de la Segunda Guerra Mundial. Con todos sus antagonismos se mantuvo poderoso y fue capaz de recuperarse de una serie de crisis económicas y políticas. El nuevo estado de Israel se convirtió en un ejemplo de expansión y crecimiento del capitalismo en Oriente Medio. En el contexto del conflicto árabe-judío, Israel pasó, de ser un intento de resolver el problema judío, a convertirse en parte de ese problema. Los historiadores actuales han de evaluar si, de forma modificada, siguen siendo válidas las explicaciones de Trotsky para judíos y árabes, para socialistas y no socialistas, que se oponen al antisemitismo y a cualquier forma de discriminación racial y étnica, y para el mundo en general a finales del siglo XX.
Notas
1. La actitud general de Trotsky hacia la cuestión judía fue descrita por Yechiel Harari, “Le parcours de Trotsky”, en Les Nouveaux Cahiers No.36, primavera de 1974, pp.43-61; Robert S. Wistrich, Revolutionary Jews from Marx to Trotsky, Londres, 1976, Baruch Knei-Paz, The Social and Political Thought of Leon Trotsky, Oxford 1978. Una actitud más hostil se puede encontrar en Edmund Silberner, Kommunisten zur Judenfage. Zur Geschichte von Theorie und Praxis des Kommunismus, Opladen 1983, y en particular en Joel Carmichael, Trotsky, Nueva Cork, 1972, y Joseph Nevada, Trotsky and the Jews, Philadelphia 1972.
2. Para las diferencias fundamentales entre Lenin y el Bund sobre el problema de la organización del partido cf. Henry J. Tobias “The Bund and Lenin until 1903″, en Russian Review, Vol.20 No.4, 1961, pp.344-57; idem, The Jewish Bund in Russia: From Its Origins to 1905, Stanford, Cal. 1972; John Bunzi, Klassenkampf in der Diaspora. Zur Geschichte der jüdischen Arbeiterbewegung, Vienna 1975; Jonathan Frankel, Prophecy and Politics: Socialism, Nationalism and the Russian Jews, New York 1982; Nathan Weinstock, Le pain de misère. Histoire du mouvement ouvrier juif en Europe, Vol.1, Paris 1984; Enzo Traverso, Les Marxistes et la question juive. Histoire d’un débat (1843-1943), Montreuil 1990; Mario Kessler, Mainz, 1993
3. Cf. Vladimir Medem, Shestoi sionisticheskii Kongress v Bazele, Londres, 1903.
4. L. Trotsky, “Razlozhenie sionizma i ego vozmozhnye preemnike”, en Iskra, 1° de enero 1904, citado en Knei-Paz, op. cit, p.540 y ss. Los siguientes pasajes son de la misma fuente.
5. Cf. L. Trotsky, Die Russische Revolution von 1905, Dresde 1908.
6. Cf. L. Trotsky, “Die Beilis-Affäre”, en Die Neue Zeit, Vol.33 / 1, 1913, pp.310-20.
7. Cf. L. Trotsky, “Evreiskii vopros”, Kievskaya Mysl 17, 20, 21 de agosto de 1913, reimpreso en L. Trotsky / Ch. Rakovsky, Ocherky politicheskii Rumynii, Moscú y Petrogrado, 1923, ch.9.
8. Cf. Silberner, Kommunismus zur Judenfrage, pp.103-4.
9. Cf. L. Trotsky, Fragen des Altagslebens. Die Epoche der “Kulturarbeit” und ihr Aufgaben, Berlín, 1923.
10. “Los judíos se hacían en la Oposición, a pesar de que estaban allí, junto con la flor de la intelectualidad no judía y los trabajadores. Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Sokolnikov, Radek, eran todos judíos”. Isaac Deutscher, El profeta desarmado: Trotsky 1921-1929, Nueva York, 1965, pp.258-9.
11. Citado en ibid., P.258. Cursivas en el original. Encontré este documento en los archivos de Trotsky, Biblioteca Houghton de Harvard University, Cambridge Mass. La firma de este documento es T868.
12. Cf. Stephen F. Cohen, Bujarin y la revolución bolchevique: Una biografía política, New York 1973, pp.239-40, 473. La actitud de Bujarin hacia el antisemitismo en la Rusia soviética no se menciona en la biografía más reciente. Cf. Wladislaw Hedeler y Ruth Stoijarowa, Nikolai Bucharin, Leben und Werk, Mainz, 1993. Bujarin siempre se opuso estrictamente a cualquier tipo de judeofobia.
13. Cf. L. Trotsky, “En el ‘problema judío’”, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, Nueva York 1970. Los siguientes pasajes son de la misma fuente.
14. L. Trotsky, “Entrevista con corresponsales judíos”, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, p.20.
15. L. Trotsky, fragmento, de Trotsky, Sobre la cuestión judía, p.12.
16. L. Trotsky, “El Thermidor y el antisemitismo”, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, p.22.
17. Sobre la teoría del fascismo de Thalheimer cf. por ejemplo. Martin Kitchen, “August Thalheimer’s Theory of Fascism”, in Journal of the History of Ideas, Vol.34 No.1, 1973, pp.67-8; Theodor Bergmann, Gegen den Strom. Die Geschichte der Kommunistischen Partei-Opposition, Hamburg 1987; Jurgen Kaestner, Die Politische Theorie August Thalheimers, Frankfurt am Main y New York 1982; Theodor Bergmann y Wolfgang Hauble, De Geschwiste Thalheimer, Mainz 1993
18. Sobre la teoría de Trotsky del fascismo cf. por ejemplo. Ernest Mandel, León Trotsky: Un estudio sobre la dinámica de su pensamiento, Londres 1979, y Robert S. Wistrich, Trotsky: El destino de un Revolucionario, Londres 1979.
19. L. Trotsky, “Llamamiento a los judíos estadounidenses amenazados por el fascismo y el antisemitismo”, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, p.29. Cursivas en el original.
20. Otto Heller, Der Untergang des Judentums. Die Judenfrage. Ihre Kritik. Ihre Lösung durch den Sozialismus, Segunda edición, Berlín y Viena, 1933, p.259.
21. Idem, en Klärung. 12 Autoren und Politiker über die Judenfrage, Berlín 1932, p.259.
22. Cf. Walter Grab, Der Deutsche Weg der Judenemanzipation 1789-1933, Munich y Zurich, 1991, p.134.
23. Cf. ibid., p.140.
24. Cf. Neue Zeitung (Munich), 23 de diciembre de 1922.
25. El 20 de junio de 1923, a poco del plenario ampliado del Comité Ejecutivo de la IC, Karl Radek trató de efectuar un acercamiento entre las fuerzas comunistas y nacionalistas, por lo cual elogió a Albert Leo Schlageter, que, durante la ocupación francesa de la cuenca del Ruhr, fue juzgado por un consejo de guerra y fusilado. Véase K. Radek, “Leo Schlageter: The Wanderer into the Void”.
26. Bericht über die Verhandlungen des IX. Parteitages der KPD (7. Bis 10. April 1924), p.93.
27. Ibid., P.289.
28. Cf. Silberner, Kommunismus zur Judenfrage, p.270.
29. De acuerdo con un informe publicado en el diario socialdemócrata Vorwärts, 22 de agosto de 1923.
30. Cf. Die Rote Fahne, 5 de julio de 1923.
31. Stiftung Archiv der Parteien und der DDR Massenorganisationen im Bundesarchiv, Berlín, signatura 1,2 / 1/74.
32. Cf. Die Rote Fahne, 27 de agosto a 7 de septiembre de 1929.
33. Cf. Arbeiter-Zeitung Illustrierte, No.39, 1929; Agrar-Probleme, Vol.2 Nos.3 / 4, 1929, esp. p.579.
34. Hermann Remmele, Sowjetstern oder Hakenkreuz?, Berlín, 1930.
35. Cf. Die Rote Fahne, 3 de septiembre de 1929, 17 de septiembre de 1931, 9 y 29 de abril 1932, 17 de septiembre de 1932. Cf. también “Kommunismus und Judenfrage” en Der Jud’ ist schuld …? Diskussionsbuch über die Judenfrage Basel, etc. 1932, pp.272-286.
36. Cf. George L. Mosse, “El socialismo alemán y la cuestión judía en la República de Weimar”, en el Instituto Leo Baeck Año XVI Libro, Londres, 1971, pp.123-51.
37. Cf. Silberner, Kommunismus zur Judenfrage, pp.286-92.
38. Cf. Helmut Eschwege (ed.), J. Kennzeichen Bilder, Dokumente, Berichte zur Geschichte der Verbrechen des deutschen un Hitlerfaschismus den Juden 1933-1945, Berlín 1945, p.105 (un facsímil de la declaración KPD).
39. Cf. Walter Ulbricht, “Die Judenpogrome – eine der Waffe faschistischen Kriegspolitik”, en Rundschau über Politik, Wirtschaft und Arbeiterbewegung, No.57, 24 de noviembre de 1938, pp.1953-4.
40. Sobre la actitud del SPD hacia los judíos durante la época de Weimar cf. por ejemplo. Donald L. Niewyk, Socialist, Anti-Semite and Jew: German Social Democracy Confronts the Problem of Anti-Semitism, 1918-I939, Baton Rouge, La. 1971
41. L. Trotsky, “Entrevista con corresponsales judíos”, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, p.20.
42. L. Trotsky, “Llamamiento a los judíos estadounidenses…”, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, p.29. Por la actitud de Trotsky sobre Birobidzhán cf. Trotsky, “Respuesta a una pregunta sobre Birobidzhán”, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, pp.18-19.
43. Cf. Trotsky, “El Thermidor y el antisemitismo, en Trotsky, Sobre la cuestión judía, pp.28-9.
“El Holocausto marca un corte en la cultura” (Entrevista en P12 a Enzo Traverso)
Por Eduardo Jozami
El capitalismo como religión. (Walter Benjamin)
Giorgio Agamben: “En Europa asistimos a un vaciamiento de la democracia” (La Nación 22/03/13)
El encuentro tuvo lugar una tarde de invierno soleado, en Roma. Dos días antes, Giorgio Agamben había dejado Venecia, donde vive habitualmente, para ir a Nápoles, donde sería homenajeado con un prestigioso premio a su carrera. Al regresar del sur, recibió a adncultura en su casa romana, situada en el antiguo Trastévere, frente al Jardín Botánico, uno de los lugares más sugestivos y exclusivos de la ciudad. Sorprende, al entrar, el contraste entre la magnificencia aristocrática del barrio, lejos del tumulto turístico, y la sobriedad de la decoración. Unos austeros sillones cubiertos por telas coloreadas y una mesa de madera, signada por el tiempo y por el uso cotidiano, se rinden frente al indiscutible triunfo de las bibliotecas que cubren todas las paredes. Apoyadas sobre los volúmenes, se alternan fotografías de filósofos y poetas. Mientras conversábamos, penetraban por las ventanas los últimos rayos del sol de Roma. En ningún momento Agamben encendió las luces, concentrado como estaba en sus palabras. Hacia el final, el ocaso ocre de la ciudad invadía la casa. En esa íntima penumbra, en que los lomos de los libros iban perdiendo toda reverberación, destellaban la inteligencia penetrante de su mirada y la armoniosa melodía de su voz. El coloquio se desarrolló en un clima de cortesía precisa, una suerte de gentileza antigua realmente inolvidable.
En los últimos años, Agamben ha elaborado una vasta obra, Homo sacer, que comprende cuatro partes, divididas a su vez en diversos volúmenes, en los que el filósofo italiano analiza la relación entre el hombre y el derecho en la modernidad (ver recuadro). En la Argentina, Adriana Hidalgo publicó recientemente un nuevo volumen de esa obra (Opus Dei) y durante este año saldrán Altísima pobreza (en julio) y Categorías italianas (en diciembre).
-En las primeras páginas de Altísima pobreza, usted anuncia la próxima conclusión de esa gran estructura que es Homo sacer.
La basílica San Francesco, en Asís. El pensador italiano sostiene que la orden franciscana propone un modelo de pobreza que implica un regreso a la naturaleza previa a la caída. Foto: Jean Daniel Hemis / Corbis
-En realidad, me gustaría anunciar a los lectores argentinos algo que saben muy pocos: en estos días estoy terminando la última parte de Homo sacer. Es una cuestión de semanas. El volumen se llamará El uso de los cuerpos. Acabo de decir que estoy “terminando”. Naturalmente es impreciso decir que uno pueda “terminar” un libro o una obra de estas proporciones. Ninguna obra poética o de pensamiento se termina. En un cierto sentido se diría que uno la abandona. Alberto Giacometti afirmaba: “Yo nunca termino mis obras, las abandono”. También Cézanne lo decía. Encuentro que esta afirmación es muy justa, porque no sabría muy bien qué significa sostener que un libro de esta entidad está terminado.
-¿Y en qué sentido Homo sacer llega a su fin?
-En general muchos esperan una parte construens, porque afirman que todo lo que he escrito hasta ahora sería una parte destruens, es decir, una arqueología crítica del pasado. Yo, por mi parte, creo que no es posible distinguir una parte destructiva de una parte constructiva, porque ambas coinciden perfectamente. Por otro lado, la parte construens consiste en el hecho de que aparecen cada vez menos las cosas criticadas, que se transforman en cosas naturalizadas, absorbidas por el conjunto. En estos días pensaba acerca de qué significa el fin de una obra. Tengo la impresión de que incluso en la literatura existe una escasa reflexión sobre el final. Habría que preguntarse por qué, en cierto momento, un autor decide poner fin a una obra. Muchas veces intervienen factores puramente contingentes. De cualquier manera, es un momento curioso de la creación. En el derecho romano, el auctor -de donde proviene la palabra actual autor- era el tutor que convalidaba un acto de una persona inválida o menor de edad. Como si el autor fuera quien convalida una obra inacabada y que, en el momento en que ese autor le pone fin, se vuelve autónoma. Es decir, mientras no está terminada una obra, es menor de edad. Terminada, ya es mayor y es abandonada.
-¿La última parte, entonces, ya no se apoya en la investigación arqueológica?
-Exactamente. Es una reflexión final acerca de una serie de conceptos con los que se cierra Homo sacer: uso, forma de vida, “inoperosidad”, exigencia, moda, conceptos que ya estaban presentes en el conjunto, pero que aparecen analizados en este volumen final.
-Justamente “uso” es uno de los conceptos en los que más se detiene Altísima pobreza, libro en el que usted analiza la curiosa relación entre derecho y creatura que se crea en el ámbito de los monasterios franciscanos [ver recuadro]. Es más, hacia el final del volumen hay una frase contundente: “La altísima pobreza, con su uso de las cosas, es la forma de vida que comienza cuando todas las formas de Occidente llegan a su consumación histórica”. ¿Puede explicar esta conclusión?
-Por empezar, la última frase del libro se centra en el concepto de uso. Como se sabe, los franciscanos emprendieron su lucha contra el derecho de propiedad, haciendo uso de las cosas, no sólo sin ser propietarios, sino incluso sin ningún derecho de uso. Se trataba de reivindicar la posibilidad de una vida fuera del derecho. La modernidad ya no tiene siquiera una huella de este tipo de experiencias históricas. Estamos a tal punto condicionados por el derecho que nos hemos acostumbrado a formular nuestras reivindicaciones como reivindicaciones de derecho. Para entender esa frase, hay que tener en cuenta otra de Olivi, uno de los más grandes líderes del movimiento franciscano, que dijo que la última edad del mundo es aquélla en que la vida de Cristo cumple y resume en sí misma todas las formas de vida posibles. Se trata de una frase enigmática. Lo que a mí me fascina es que nosotros deberíamos pensar un concepto de forma de vida distinto de todos los conceptos de forma de vida que hemos pensado hasta ahora.
-Ése es casi el principio que da lugar a toda su obra, ¿no es cierto?
-Sí, desde ya, ahí está el sentido de toda mi obra: no se olvide de que Homo sacer parte de la idea de poner en discusión el concepto de vida y su relación con el derecho.
-De alguna manera, el “edificio” Homo sacer es deudor de la fuerza propulsora de las ideas de Foucault, que usted mismo complementa, continúa o modifica, creando un sistema conceptual propio. Dado que Homo sacer es ampliamente discutido en todo debate actual acerca de la biopolítica o de la filosofía política, ¿cómo imagina el futuro de su obra, su integración o continuación? ¿Qué conceptos necesitan de un debate ulterior?
-Como principio metodológico que ha signado mi modo de trabajar, siempre he pensado en una cosa que dice Feuerbach. Para él, el elemento genuinamente filosófico de cualquier obra -ya sea literaria, económica o religiosa- es su capacidad de ser continuada, su capacidad de desarrollo ulterior. Siempre trabajé así, buscando en los autores amados el punto que me parecía no dicho, no desarrollado y que, por lo tanto, contenía el germen de una continuación. A mí me gustaría que alguien continuara mi obra siguiendo mi mismo criterio, pero no soy yo el que puede señalar dónde.
Pier Paolo Pasolini, director de El evangelio según San Mateo (1964).
-En su libro acerca de las violencias del siglo XX, Enzo Traverso dedica un capítulo entero a la biopolítica, analiza los conceptos que van de los libros fundacionales de Foucault a Homo sacer. Traverso reconoce la originalidad de sus reflexiones en Lo que queda de Auschwitz, pero se lamenta de que la interpretación historiográfica no dialoga con la interpretación filosófica, a tal punto que la filosofía corre el riesgo de utilizar los conceptos de la biopolítica sin un verdadero anclaje histórico. ¿Qué piensa de esta objeción?
-Desde un punto de vista general, es justa la objeción de Traverso, pero en realidad, más que una escisión entre filosofía e historia, yo pensaría en cómo Foucault concibió sus investigaciones. Si bien se presentan como históricas, no son propiamente tales. Las concibió como arqueológicas. Lo mismo sucede con mi libro sobre Auschwitz. En la introducción he aclarado este punto y muchas veces no he sido comprendido. No tengo la intención de continuar o completar las investigaciones históricas, yo hago otra cosa. En Lo que queda de Auschwitz emprendí una investigación arqueológica, por la cual Auschwitz se transforma en un paradigma para comprender la modernidad. No pretendo haber enunciado verdades históricas sobre Auschwitz, sino haber analizado el campo de concentración como paradigma de la modernidad.
-A estas alturas, pensando en lo que usted escribió en Signatura rerum, se trata de comprender la relación entre la arqueología del saber, como la concibió Foucault, y la historia…
-Sí, creo que esta relación necesita de un debate, en el que participen los historiadores. Pero tengo la impresión de que son los historiadores quienes se sustraen al debate. Lo que distingue a ambas disciplinas es el método. La arqueología del saber consiste en la búsqueda de un arjé (un origen, un principio) y es una investigación histórica, porque la arqueología del saber, si es seria, se debe valer de los criterios de la filología histórica, del análisis de los documentos. Ahora bien, la diferencia estriba en que la arjé que se busca no es un origen metahistórico, es un hecho histórico. Pero no un evento histórico, sino lo que Foucault llama un “a priori histórico”, es decir, aquel hecho histórico que posee la capacidad de condicionar y determinar el desarrollo y la inteligibilidad de una serie más vasta de fenómenos. Ahí está la diferencia. En el fondo, pienso que también los historiadores trabajan sobre esta idea, sólo que en la arqueología aparece explicitada. Un determinado hecho permite la inteligibilidad de una amplia red de hechos históricos. Los historiadores también lo hacen, sólo que ellos temen que ese elemento arqueológico sea un elemento extrahistórico. Para Foucault, en cambio, ese elemento es estrictamente histórico. Por ejemplo, el panóptico de Foucault es un hecho histórico que sirve para comprender una larga serie de hechos derivados o conexos.
-En todos sus trabajos es llamativo el hecho de que su propia investigación arqueológica sobre la contemporaneidad busque las raíces no tanto en el mundo antiguo, como hizo Foucault con la historia de la locura, o en los albores del pensamiento moderno, como en el pensamiento de la Antigüedad tardía o, a lo sumo, altomedieval, como en el caso de Opus Dei y Altísima pobreza. ¿No es éste un elemento original de su modo de proceder?
El escritor argentino Juan Rodolfo Wilcock, al que Agamben frecuentó.
-Yo siempre cito una imagen de Foucault: “Mis investigaciones del pasado son la sombra de mis interrogaciones sobre el presente”. En mi caso, la sombra retrocede. Por ejemplo, en los últimos años trabajé mucho sobre la teología, acerca de la cual Foucault trabajó menos. Estoy convencido de que la modernidad no se puede comprender sin los conceptos teológicos. La secularización moderna del pensamiento ha removido la teología. Pero para mí la modernidad se inicia con el pensamiento de la Antigüedad tardía. Lo mismo vale para el Renacimiento: la cuna no está en la Antigüedad clásica sino en la Antigüedad tardía. Basta pensar en el neoplatonismo. No podemos entender nada acerca de la modernidad si no indagamos en los presupuestos teológicos que se hallan escondidos en ella. En El reino y la Gloria, la parte de Homo sacer que yo dediqué al estudio de la economía, este principio es clarísimo.
-En el prólogo a la primera edición de Categorías italianas, usted recuerda cómo de algunas conversaciones con Claudio Rugafiori e Italo Calvino nació la idea de crear una nueva revista, que en cada número analizase, entre otras cosas, una categoría fundacional de la cultura italiana. Estas categorías debían enunciarse a través de binomios: comedia/tragedia, derecho/creatura, biografía/fábula, a las que usted agrega, en última instancia, lengua viva/lengua muerta. ¿Puede decirnos algo más de cómo nació ese proyecto?
-Si no recuerdo mal, fue Italo el que por primera vez habló de “categorías”. Las llamamos “italianas” porque nos proponíamos hacer una nueva lectura, análisis e interpretación de la cultura italiana. Hoy no usaría más la idea de “categoría”, sino que, como le decía antes, usaría el término foucaultiano de a priori histórico. No lo quise corregir en las nuevas ediciones porque el término original refleja claramente la discusión con Italo y Claudio. Estas categorías serían los conceptos que están presentes en la historia de la cultura italiana, condicionándola y determinándola, y haciéndola a la vez inteligible. El primero que pensó en ejes binómicos fue Italo. Rugafiori, en cambio, propuso el binomio arquitectura/vaguedad. La cultura italiana ha tenido, efectivamente, una fuerte vocación por los elementos arquitectónicos, matemáticos, prospectivos, y a la vez, como usted sabe, en italiano clásico para decir bello se decía vago, que conserva la acepción de indeterminado, incierto, informe. Lamentablemente esta categoría no la desarrollé, porque debía ser la contribución de Claudio. El proyecto, de alguna manera, quedó incompleto. Por lo tanto, mi libro no es más que un itinerario por aquellos conceptos, que revelan una visión absolutamente personal de la cultura italiana.
-Categorías italianas se ocupa, en primer lugar, del sentido que a partir de Dante adquiere en Italia la palabra “comedia”. Ahora bien, mientras la mayor parte de la crítica entendió la palabra “comedia” como una elección de género (en palabras pobres, una historia que empieza mal y termina bien) o como una marca estilística (la mezcla de lo alto, lo medio y lo bajo), usted propone una tercera interpretación y sostiene que la comedia es un recorrido que va de la culpa a la inocencia. En su libro, inocencia, sería la “justificación del culpable”, como si en Dante existiera la voluntad de imponer hacia el final “la inocencia natural de la criatura”. Eso, nada menos, sería lo primero que los italianos han dejado a la cultura occidental…
-Mire, tragedia y comedia no se refieren a los géneros literarios. Dante lee estas categorías, no sólo en sentido estilístico, sino también en sentido teológico. En la epístola a Cangrande della Scala, Dante dice “inicio triste, final feliz”, pero sus palabras tienen un claro sentido teológico, porque se refieren a la caída y a la redención. Este hecho condiciona toda la cultura italiana, que tiene una inmensa vocación antitrágica. Toda la cultura italiana es antitrágica si se la compara con la cultura alemana o francesa. No sólo desde el punto de vista literario, sino incluso como modo de ver la historia. Los alemanes siempre miraron trágicamente su propia historia. Los italianos no.
-¿Pero no le parece que el famoso prólogo de Guicciardini a su Historia de Italia, escrita en pleno Renacimiento, contiene fuertes elementos trágicos?
Comedia y tragedia, extremos opuestos de la identidad italiana.
-Sí, claro, existen excepciones. No es una vocación monolítica. Pero mire que yo he analizado sobre todo la literatura, que permanece fiel a Dante. Hay que pensar en esa imagen bellísima de Dante en el Convivio, donde escribe “es mejor volar bajo como la golondrina, que como el azor dar altísimas vueltas sobre las cosas vilísimas”. Esta vocación “cómica” de los italianos ha determinado, entre otras cosas, nuestra poesía del siglo XX. Para mí, ésta es una clave de lectura también en sentido negativo. ¿Cuál ha sido la mayor contribución de los italianos al teatro? La comedia del arte. Pero tampoco pierdo de vista el aspecto positivo. Yo pienso que lo cómico es más profundo que lo trágico. Cuando al final de El banquete, Platón hace salir a Sócrates rodeado por Agatón, poeta trágico, y por Aristófanes, poeta cómico, nos quiere decir que la filosofía está entre lo trágico y lo cómico. Sabemos, igualmente, que Platón nutría una cierta preferencia por lo cómico y tenía bajo la almohada una copia de los Mimos de Sofón. Nada menos que una pantomima.
-En su libro sorprende que la mayor parte de los autores analizados son poetas. A excepción de Elsa Morante, Carlo Emilio Gadda y Giorgio Manganelli, no hay menciones de otros narradores. ¿No le parece una operación selectiva excluyente?
-Aquí el canon y la visión personal convergen. Yo tengo una visión de la literatura italiana en la que prevalece el polo dantesco y, por lo tanto, profundamente antipetraquista. Y en lo moderno, a favor de la prosa de Leopardi y categóricamente antimanzoniana. Manganelli es para mí el mayor narrador italiano de la segunda mitad del siglo XX. Elsa Morante está presente también por razones íntimas. Ella, más que una amiga (yo tenía veintidós años cuando Juan Rodolfo Wilcock me la presentó), me inició no sólo en la literatura sino también en la vida.
-¿Y qué recuerda de Wilcock?
-Conocí a Wilcock en Roma en 1962 o 1963. Yo tenía veinte años y él era el primer escritor que conocía de cerca. El encuentro no fue fácil, porque Johnny -como lo llamaban los amigos- era el individuo más extravagante que conocí en mi vida. Te paralizaba tanto por su esnobismo como por sus silencios. Cuando lo conocí, estudiaba Wittgenstein (me contó que le había dado unas clases a Moravia) y se sentía a gusto con la literatura y con la filosofía. Su anticonformismo es significativo ya en el título de la revista que escribía casi solo: L’Intelligenza. Era un cuerpo ajeno al ambiente romano, pero conocía y frecuentaba a los escritores más importantes.
-Los dos participaron como actores en el El evangelio según San Mateo de Pasolini…
-Fue Elsa Morante quien me presentó a Pasolini. Cuando empezó la filmación del Evangelio, me pidió hacer el rol del apóstol Felipe. Wilcock hizo el rol de Caifás. Ninguno de los actores era profesional: la mitad eran intelectuales; la otra mitad, gente del pueblo romano o campesinos. Fue una experiencia curiosa, pero también irritante. Yo no toleraba las esperas y los tiempos muertos durante las tomas.
-Italia vive uno de sus períodos políticos y culturales más oscuros. ¿Qué análisis hace del presente italiano?
-El período oscuro no es exclusivo de Italia, es un problema europeo en general. Hay un texto de Walter Benjamin que se llama “El capitalismo como religión”. Se trata de una definición extraordinaria. Porque no es religión tal como la concibió Max Weber, sino en sentido técnico. No es una religión basada en la culpa y la redención, los dos pilares del cristianismo, sino sólo sobre la culpa. No existe una racionalidad capitalista, que puede ser contrastada con los instrumentos del pensamiento. Cuando uno abría los diarios en Italia hasta poco tiempo atrás, leía que el entonces primer ministro Monti decía que hay que salvar el euro “a cualquier costo”. Más allá de que “salvar” es un concepto religioso, ¿qué significa esa afirmación? ¿Que debemos morir por el euro? El capitalismo es una religión, y los bancos son sus templos, pero no metafóricamente, porque el dinero no es más un instrumento destinado a ciertos fines, sino un dios. La secularización de Occidente dio lugar paradójicamente a una religiosidad parasitaria. Yo he estudiado por años la cuestión de la secularización, que dio lugar a una nueva religión monstruosa, totalmente irracional. La única solución europea es salir de este templo bancario.
-¿Y su visión de América Latina? ¿Y de la Argentina en particular?
-Del todo positiva. Se respira un aire distinto. Cuando fui a Buenos Aires, me sorprendió que, a pesar de la catastrófica crisis económica de 2001, existía una sociedad en movimiento. En Europa, asistimos a un vaciamiento de la democracia que es sólo estadística y cálculo. En América Latina se vislumbra una alternativa a esta visión cansada del mundo.